LAZARO COVADLO
Leo en este diario (lunes, 12 de marzo de 2007) que 203 guardias urbanos han sido atendidos por psiquiatras. Catorce de ellos presentaban un cuadro de dipsomanía: un eufemismo políticamente correcto para decir que algunos pasmas son borrachos perdidos.Los hay también ansiosos, depresivos e insomnes, y todo por causa del trabajo que realizan, diagnostican los psiquiatras.
Resulta curioso que por otro lado puedan existir (la versión lleva tiempo circulando en los bajos fondos hospitalarios) numerosos psiquiatras con cuadros de ansiedad, depresión e insomnio. ¿Sería razonable deducir que dichos padecimientos devienen de tener que vérselas con policías desequilibrados? ¿Puede preverse que la depresión y el insomnio policial tengan por causa el albur de que mente y conducta terminen bajo lupas psiquiátricas? ¿La mirada del observador modifica la trayectoria de lo observado? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
Lo cierto es que hay profesiones en extremo peliagudas. Pongamos por caso la de enterrador, una especialidad tan necesaria para el género humano como la de policía. Sin embargo no conozco a ningún trabajador de ese gremio. Tampoco conozco gente que conozca enterradores. ¿Será que los que son lo ocultan? Existen colectivos laborales que padecen la injusticia del juicio previo, por eso la difamación pública tilda a los taxistas de fascistas, sin parar mientes en lo cacofónico de la espantosa coyunda entre ambos vocablos, tampoco en que no es bien visto calificar con brocha gorda a los colectivos laborales, ni aun tratándose de verdugos de garrote vil. Menos todavía si son profesores de Educación Secundaria. Y es que leo, también en este diario (misma fecha que la noticia anterior), que un profesor de instituto, el Thalassa de Montgat, golpeó a un alumno de 15 años para curarle el racismo.Fue amonestado el pobre hombre, sin que se haya tenido en cuenta su didáctica innovación: se trataría de combatir el racismo atizando a los críos (todo derivó en una pelea a puñetazos entre el adulto, al parecer jaleado por sus colegas del ramo de la pedagogía -que no pegagogía- y el menor).
No sé qué dice el colectivo de psiquiatras sobre ciertos elementos del colectivo de profesores, pero tengo entendido que en los últimos tiempos los profes y cierta prensa acusan al colectivo de padres de no saber poner límites a los hijos, mientras que en el colectivo de los hijos que hubieron padecido expulsiones y demás ignominias pedagógicas, no faltan los que acusan a muchos profesores de ser médicos, abogados o catedráticos frustrados, añadiendo que tal fracaso vital los lleva a ejercer el despotismo con los críos, y que debiera darles vergüenza -gente grande- peleándose con niñatos y poniéndose a la altura de estos.
Así está el patio: y también es cierto que muchos docentes sufren depresiones y ansiedades causantes de bajas laborales (lo saben los psiquiatras). Acaso ha llegado la hora de manifestarse y gritar: Policías y enseñantes, unidos como antes.
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