Viernes, 16 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6298.
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El significado de las palabras
ANNA TORTAJADA

Es evidente que no siempre es el mismo. El lenguaje es una herramienta, una convención pactada de signos que nos permiten expresarnos, en principio, para hacernos entender. Pero las palabras, tanto si las pronunciamos, las escribimos o las construimos con las manos, son de uso subjetivo, tanto para el emisor como para el receptor del mensaje. A pesar de tener un significado académico establecido, su uso las matiza, las desvirtúa o les asigna otros significados, sin entrar siquiera en la cuestión del tono, el contexto y tantos elementos más. Sucede en la vida corriente y lo estamos viendo todos los días en los enfrentamientos que protagoniza la clase política. Las grandes palabras como la democracia, el estado de derecho, la legislación, la ley, la paz, el diálogo, la libertad, quizás por su carácter abstracto y conceptual, se convierten en armas arrojadizas en boca de nuestros representantes, vaciándose de contenido. El cambio en el régimen carcelario a que deberá someterse para cumplir su condena el etarra que optó por la huelga de hambre, se ve, desde la oposición, como sumisión al chantaje. Aplicar la ley nunca ha sido un chantaje. Si la ley contempla la posibilidad que se ha aplicado a este preso, nadie tiene nada que decir, porque el poder judicial, en una democracia que se precie, es independiente. Una realidad que, al parecer, los representantes del Partido Popular y muchos de sus votantes, no han llegado a comprender todavía. Sus comentarios y acusaciones, no proceden. Sin embargo se les da réplica, entrando en una discusión de parvulario que entre adultos responsables del gobierno de un estado tampoco procede, optando por el «y tú más», que sólo produce desgaste y situaciones patéticas. Se trata de alcanzar la paz. Otra gran palabra por la que cada cual entiende una cosa distinta. La paz no es sólo la ausencia de guerra, de violencia, sino mucho más. La paz, entre otras muchas cosas, permite y es resultado de una convivencia pacífica, fundamentada en el respeto por el otro. Ya tuvimos «40 años de paz», una paz basada en la represión feroz de todas las libertades y la anulación de los derechos. Ahora sí estamos en una democracia. El ejercicio de la libertad comporta riesgos, fricciones y dificultades. Al mismo tiempo, requiere madurez, respeto a los demás, a las instituciones, a las reglas del juego. El totalitarismo no tiene más recurso que la violencia impositiva. Y la violencia, lo vemos todos los días, no engendra más que violencia. En la política internacional, cuando a los poderosos les parece oportuno hacer algún gesto simbólico y se recurre a la diplomacia, a los mediadores, a las conversaciones y a las hojas de ruta para resolver conflictos que ya han estallado o están a punto de estallar, aunque a menudo esas conversaciones sean infructuosas o revelen intereses manipuladores, siempre suenan mejor que bombardear directamente. ¿Por qué entonces a los señores del Partido Popular les parece tan mal que el gobierno del Estado busque el diálogo con el terrorismo etarra para poner fin a la violencia que nos afecta a todos? Ya vimos con la invasión de Irak que prefieren la guerra. Al parecer, también la prefieren en casa. Confundir la predisposición al diálogo con debilidad es muestra evidente de machismo cavernícola. Querer volver a la primitiva ley del talión, que cuando la aplican otros nos resulta tan injusta y trasnochada, es de una rusticidad nada acorde con la presunta modernidad de nuestra sociedad.

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