IOLANDA G. MADARIAGA
Adaptación de la novela homónima de Jacques Cazotte y del prefacio de Gerard de Nerval: Pablo Ley./ Dramaturgia y dirección: Pablo Ley./ Espacio escénico y vestuario Pablo Ley e Isis Martín./ Intérpretes: Irene Hernández y Francesc Ferrer./ Escenario: Versus Teatre./ Fecha de estreno: 13 de marzo.
Calificación: ***
BARCELONA.- Hay que dar la bienvenida a esta adaptación teatral de El diable enamorat (1772) que nos permite descubrir a un autor muy curioso. Jacques Cazotte se nos perfila como una de las escasas voces disonantes, entre los de su condición de aristócrata culto e inquieto, que se alza contra la tiranía de la razón años antes de que las consecuencias más nefastas de la Revolución Francesa se hicieran evidentes -él mismo fue víctima de la guillotina en 1792-.
Pablo Ley, hábil adaptador, ha sabido encontrar un referente con un enorme potencial dramático: la figura del diablo ha brindado, desde tiempos muy remotos y en las distintas formas dramáticas (de la más popular y burlesca al autosacramental), un ingente caudal de resortes teatrales: travestismo, magia, rituales, engaños y un largo etcétera de recursos que autores de todos los tiempos han sabido aprovechar. Ley juega en esta ocasión con otra gran baza: el juego galante dieciochesco al que Cazotte, digno representante de su tiempo, no escapó. Con este material, Ley nos ofrece una comedia que tiene algo de pseudobiografía de Cazotte, pero que, en el fondo, nos advierte del peligro integrista que se halla bajo el actual culto a un cierto cientifismo y en la devoción por las nuevas tecnologías. Lo advertía Goya, otro visionario, en el desencantado dibujo (serie Los Caprichos) que tan acertadamente tituló El sueño de la razón produce monstruos. Sin traicionar la novela original, Ley va más allá incorporando la visión romántica que nos ofrece en su prefacio Gerard de Nerval y, haciéndose eco de la tradición decimonónica, la encarnación de lo monstruoso, aunque aquí el monstruo tenga un sensual cuerpo de mujer y caiga rendido a los pies del humano.
La puesta en escena de El diable enamorat está lastrada por las condiciones de la producción: le queda aún mucho de taller de escuela, aunque, a pesar de ello, el estilismo de vestuario y atrezo podría mejorar en mucho. La compañía ha querido centrar su montaje en el trabajo del actor y los dos intérpretes realizan un trabajo meritorio: sus personajes tienen ese toque inquieto de la juventud que, en ocasiones, se traslada al patio de butacas creando una tensión incómoda. Quizás los nervios del estreno contribuyeran a esa sensación y fueran también la causa de que ciertas ironías y bromas galantes quedasen algo contenidas.
Con todo, El diable enamorat merece una ovación abierta a un texto dramático muy bien pergeñado y a un montaje sencillo y claro que puede ir madurando en las sucesivas representaciones.
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