Festival Digressions
Escenario: L'Auditori. / Fecha: 11 de marzo
Calificación: ****
BARCELONA.- En esto de la música vocal, háblese de jazz, ópera o canción, hay voces para todos los gustos, unas más graves, otras de textura más cristalina, pero siempre hay una cualidad en común: su modulación siempre está dirigida a la consecución de la belleza más allá de la pericia técnica. Son esas voces que confortan, que subliman la idea misma de la música. Y luego está la voz de Diamanda Galás, que no sólo es perfecta, sino a la vez diferente: inquietante, terrible, el reverso oscuro de todas las voces.
Galás, musa infernal de la generación dark wave de la década de los años 80, icono gótico y, por los temas que trata y, sobre todo, cómo los trabaja con su laringe, epítome de la vanguardia vocal, es una voz límpida que en lugar de placer persigue la turbación, una forma de tortura casi sádica.
A sus más de 50 años, Galás sigue gozando de unas cuerdas vocales en perfecto estado de conservación que podrían competir con las de una soprano de primera fila.
En el Auditori, en el concierto de clausura del muy interesante nuevo festival Digressions, sus agudos resonaban con una potencia que perforaba el tímpano, sostenidos hasta el límite de la resistencia física: un despliegue de versátil potencial que, a la vez, también rendía al máximo en los graves, o en las difíciles transiciones de las frases más guturales a esos estallidos en las octavas más altas que suponían el clímax -un clímax doloroso, cómo no- de las piezas del espectáculo Guilty, guilty, guilty que se ha presentado en Barcelona meses antes de la salida oficial del disco que le sirve de base.
En el menú musical, Diamanda Galás hizo honor a su reputación de diva oscura e inclasificable. Guilty, guilty, guilty es un espectáculo conceptual sobre canciones de amor que acaban en final trágico, con la sangre fluyendo sobre el piso, y al piano, con una ligerísima manipulación electrónica de ciertas partes vocales y con la garganta a todo tren expulsando gritos, Galás se recreó en versiones de Johnny Cash, Screamin' Jay Hawkins y piezas popularizadas en su día por Edith Piaf o Frank Sinatra.
Por supuesto, nada que ver con los estandards. Diamanda Galás se quedaba únicamente con la letra de cada canción, con su contenido morboso, para moldearla a su gusto y transmitir ese mensaje de desesperanza, enfermedad y ambiente irrespirable que ha sido la base de su discurso desde hace más de 20 años.
Los tímpanos sufrieron (era la gracia), pero Diamanda bordó una actuación valiosísima en su singularidad y en su profundidad.