Viernes, 16 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6298.
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 CULTURA
GALERIA DE IMPRESCINDIBLES / ROY LICHTENSTEIN / Exposición del pintor del Pop-Art en la Fundación March
La diversión del niño grande
MANUEL HIDALGO

A todos los niños, como si obedeciesen a un designio genético, les gusta dibujar y pintar, manejar los colores, incluso en las paredes. Se podría decir, en cierto modo, que todo pintor es, pues, un niño grande, un artista congelado en su infancia.

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Como es obvio, la obra de infinidad de pintores, asomada a emociones, tenebrosidades y dramas complejos, desmiente o modifica decisivamente esta suposición, ¿pero qué decir de un artista como Roy Lichtenstein, permanentemente instalado en un universo blanco de cómics y tebeos, volcado en toda su plena madurez en las inocentes viñetas del Pato Donald, el ratón Mickey y Tintín?

Pues que no. La obra del máximo representante del Pop-Art no es cosa de niños -aunque guste a los niños-, y de afirmarlo se encarga, con un didactismo muy bien pensado y magníficamente ejecutado en su realización, la exposición De principio a fin de la Fundación March.

Vale que una irresistible inocencia gobierne -sin renunciar al humor- el transparente, higiénico y colorista entramado de trazos, masas, figuras y colores de Lichtenstein; vale que sus rubias y gráciles muchachas desnudas -sin vello púbico y sin pezones remarcados- ofrezcan un erotismo inocuo, más cristalino incluso que blanco; vale que de la atmósfera general se desprenda un aroma a colonia y jabón, a cotidianidad y cortina de cuarto de baño, a cómoda domesticidad de diseño moderno; pero lo que la muestra demuestra -vale decirlo así- es la sofisticación de los propósitos intelectuales del artista y, sobre todo, la complejidad y laboriosidad de los procedimientos técnicos que dan lugar a un resultado tan apacible que corre el riesgo de pasar por banal.

Una pegajosa sensación de déjà vu me invade al visitar la exposición. Tendré que explicármela. No es tontería caer en la cuenta de que, desde hace casi 20 años, tengo ante mis narices, a diario -primero, en mi despacho, y, ahora, junto a mi televisor- el nada mínimo póster enmarcado de Still life with cristal bowl, el gran frutero de cristal con uvas, manzanas, plátanos y naranjas (¿limones?) que Lichtenstein pintó en 1973 y que se conserva en el Whitney Museum de Nueva York. Es un argumento, y también a favor de la amable y optimista confortabilidad que la pintura de Lichtenstein procura a los sentidos, cosa que, unida a su aparente facilidad, no tiene por qué contabilizar -como algunos pretenderían- en contra del valor de su trabajo.

También es verdad que conservo el catálogo de la exposición que la misma Fundación March dedicó a Lichtenstein en 1983, con la Muchacha con lágrima III en portada, y que visité devotamente, y que no es menos cierto que también visité, en el verano de 2004, la exposición que el Museo Reina Sofía consagró al artista -más de 50 pinturas y dibujos-, cuando abrió la ampliación de Jean Nouvel y, en cuyo contexto, su viuda y segunda esposa, Dorothy Herzka -Roy estuvo antes 20 años casado, hasta 1967, con Isabel Wilson y tuvo dos hijos-, hizo una hermosa definición del pintor: Uun ser humano increíblemente decente. Un humanista secular por naturaleza, reservado y con gran sentido de la ironía». Y muy alto, delgado y apuesto, cabe añadir.

De modo que lo que sucede en realidad es que, literalmente, tengo muy visto a Lichtenstein, y que no es nada seguro que, en poco más de 20 años, haya tenido la oportunidad de ver, sin moverme de la ciudad, tres grandes exposiciones de ningún otro artista de tal magnitud, contemporáneo o no. Lo que, al margen de mi biografía de espectador, indica fehacientemente que la obra de Lichtenstein, junto a su indiscutible calidad, es óptima para obtener la comparecencia y el aplauso del público.

Cultura de masas, ya se dijo. Queda por añadir que Lichtenstein puede sonar a visto, además, porque las fuentes inspiradoras de su trabajo son patrimonio común precedente y, muy importante, porque su mismo trabajo, metamorfoseando y glosando esas fuentes, ha tenido por doquier una influencia enorme -en la pintura, en la ilustración, en la publicidad, en el diseño- de manera que numerosos signos accesibles a nuestra experiencia nos remiten a él.

Lo que este hombre no tuvo fue una biografía remarcable, si por tal cosa se entiende un algo de apasionante y trepidante distinto a su callada tarea de investigación de tecnologías y procedimientos, a su dedicación frecuente a la docencia y, sobre todo, a su constante encierro en su estudio.

Nacido en Nueva York en 1923, hijo de un agente inmobiliario y de un ama de casa, sus padres impulsaron su precoz dedicación y facilidad para el dibujo, que creció acompañada de su interés y afición por el jazz, los tebeos y las ciencias. En verdad, su enrolamiento en el Ejército en 1943 y el posterior destino a Europa de su regimiento de ingenieros para combatir en la II Guerra Mundial -estuvo en Francia, Bélgica y Alemania- son los episodios más extraordinarios de su vida, y no puede decirse que no sean similares a los de muchos jóvenes de su generación.

Su consagración llegó, como la de tantos, de la mano del galerista Leo Castelli, en 1962, y ya quedó para siempre nominado -con Rosenquist, Oldenburg, Warhol y Wesselmann- como uno de los cabezas de serie del Pop-Art. La línea de puntos de su trayectoria señala -con sus muy diversas invenciones de técnicas y maneras- el objetivo de absorber, transformar, fusionar y comentar seriadamente todas las principales corrientes de la pintura (y también de la escultura) contemporánea: el impresionismo, el expresionismo, el cubismo, el surrealismo y hasta el influyente y no menos puntilloso arte oriental. Roy Lichtenstein murió en 1997.

La exposición se cierra con una pintura/escultura de una casa, especie de cabaña prefabricada o casita de campin -la casita que todo niño ha dibujado alguna vez-, que juega pícaramente al movimiento y a la confusión de sus perspectivas y dimensiones y que, en otra circunstancia, tal vez podría ser la pieza de entrada a la exposición, como dando a entender que en el interior de esa casa de broma sería donde las obras de Roy Lichtenstein adquirirían su mejor emplazamiento y sentido.


DOS DELANTE

PELICULAS EN MALAGA. En el Festival de Málaga se exhiben más de una docena de nuevas películas españolas. Y muy distintas, y muchas de directores debutantes. Vitalidad creativa. Que se vean. Está muy bien. Pero a continuación competirán entre ellas en salas que no pueden dar vida a todas. Y el espejo será espejismo.

URBANIDAD. Hay gente que usa el móvil en una sala de exposiciones, gente que abandona ruidosamente un cine cuando todavía pasan los títulos de crédito, gente que se larga de un teatro o de un auditorio dando la espalda a los actores y músicos que reciben el aplauso. Deprime ver tan poca educación entre gente a la que se le supone más educada.

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