Sábado, 17 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6299.
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EL CORREO CATALAN
Me di de bruces con él
ARCADI ESPADA

Querido J:

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He pasado la semana viajando. Mejor que en casa, ¡en cualquier parte! Algo inesperado me sucedió en un aeropuerto. Desde luego, no fue el retraso en el avión. Pero el retraso (escandaloso) permitió que tuviera lugar el encuentro. Doblé una esquina, camino del bar, y me di de bruces con él. Ya habrás detectado el léxico novelón. Tengo que proseguir con algunas mentiras obligatorias, por si esta carta cae en manos ajenas. Así pues, lo acompañaba un viejo compañero de universidad. Motivos de trabajo. Ellos dos cogían otro avión, pero también estaba retrasado. Nos sentamos los tres. Fuera llovía a mares, aunque los aviones despegaban indemnes. Stop. Stop a las mentiras, quiero decir.

Él quiso encargarse de ir a buscar las bebidas. Así mi antiguo compañero (a ciertas edades el galicismo ya es perfectamente admisible) pudo ponerme al corriente de las últimas novedades de su vida. Yo hice lo mismo. Cuando regresó con las bebidas se sentó y empezó a hablar como quien expulsa un coágulo. Esto es importante y analógicamente exacto, según creo. No hubo nexos ni preparación ni crescendo. Interrumpió la conversación cálida y trivial que manteníamos como un coágulo interrumpe la vida.

Primero expulsó el humor. Que lo que nos diferencia con esos hijos de puta siempre es el humor. Ahí no llegan. Lo demostró diciendo que a él le habían metido un tiro en la barriga y que incluso ahí lo había conservado. Fuego cruzado, eso dijo. Iban a por ellos. Dos guardias civiles parados en un coche, por Cestona creo que dijo. Los terroristas dispararon y los alcanzaron, pero sin muerte ni heridas graves. Los guardias empezaron a disparar, yo disparaba como un loco sin saber siquiera hacia donde disparaba, eso dijo, y lograron ponerlos en fuga. Cuando se quedaron tranquilos, y mientras esperaban a la ambulancia, su compañero, que era de Sevilla, se dobló del dolor en la barriga, donde tenía la bala:

- Quillo, pabernos matao.

Eso dijo.

Yo he salido de tres atentados y como lo dejaba en suspensivos le animamos a que narrara los otros. Medio día se pasó en el coche con una bomba lapa. ¿Es que no mirabas por debajo?, se le preguntó. Pues mira, no la vi. Era una de esas bombas centrales, no de las que metían debajo del asiento, sino en el mismo centro del coche, no la vi, eso repetía. Hasta que circulando llegó a la puerta de la Comisaría de Información, le pasaron el espejo y le dijeron tírate del coche, ¡lo que llevas! Eso le salvó. Nadie sabe lo que fueron aquellos años, nadie que no los vivió, los 80 en el País Vasco. En cuanto al último atentado, dijo que había sido el peor, porque había sido contra su familia. Empujaron un coche bomba sin frenos por la cuesta hasta que se estrelló en la puerta del cuartel. Dijo en qué cuartel y cuándo. Y también que se volvió loco mientras en la habitación de su hijo, hecha cascotes, lo llamaba sin respuesta, dijo el nombre con que lo llamaba, pero no lo entendí. Nos tenía en un vilo y aún más cuando se demoró narrando, con mucho detalle, que los cascotes habían construido una suerte de cunita en torno al cuerpo del hijo y que cuando pudo escarbar y lo vio rígido, pero respirando, vivo pero sin contestar a sus gritos, se dio cuenta de que el hijo, cinco años, había sufrido un trauma, y lo despertó a cachetes y entonces, sí, el niño rompió a llorar como un recién nacido, así lo detalló.

Aquí me levanté a ver en la pantalla qué había sido de mi avión, y volví feliz a la mesa, con el retraso plenamente confirmado, ya pensando en que te iba a contar todo esto. Se había producido un pequeño rellano de silencio, después de que informara que estaba jubilado forzoso del Cuerpo, con buena pensión, pero sin su arma, se lamentó, y aproveché para preguntarle cuál había sido concretamente su trabajo, y dijo que primero el de infiltrado, durante dos años y medio, y luego ya combatiendo cara a cara con el grado de teniente, y cifró en 86 comandos, y dos en Francia, así lo puntualizó, los que cabía atribuirle a él, y sobre todo a los hombres a sus órdenes, decenas de comandos que estaban en el origen de su privilegiada situación actual: era el cuarto de 40 en la última lista de objetivos de los terroristas. Luego pareció recordar súbitamente algo, otro incidente tremendo, y era que había tenido que huir a nado en Zumaia, probablemente, deduje, al final de su carrera como infiltrado cuando daba miedo verlo por la calle, con sus melenas y sus tatuajes, y su aspecto muy libre y marginal. La huida a nado me llevó a bromear sobre el Indiana Jones de la libertad con el que me había topado y eso le regocijó, porque parecía ser, en efecto, un hombre de humor espléndido, capaz de reírse de la muerte. Entonces procuré llevar la conversación hacia el terreno del infiltrado, esos dos años y medio, porque es una figura difícil, y tenía uno delante e iba a amarrarlo hasta que saliera el avión e, incluso, por qué no, pensé que muy bien el avión podría salir sin mí mientras aquel hombre siguiera hablando de su época.

Mucho más, sabrás apreciarlo, porque había hecho aparecer, abrupta y contundente, como todo en él, el sexo, y aquí estaba su confesión, y yo quién era para recibirla, eso me preguntaba, de que había practicado lo que podría llamarse la infiltración sexual (esta síntesis es mía: no puedo resistirlo) con alguna dirigente terrorista, y aquí dijo un nombre clave. Pero que, aunque el sexo, la cosa en sí, no le había salido mal, sí su objetivo principal que era ganarse a aquella mujer para integrarse en la banda. Me sorprendió, y casi me ganó el corazón, que el héroe me dijera que en eso había fracasado, que el porqué no lo supo nunca, que las cosas habían salido mal y eso era todo, y hasta yo vi allí una bisagra fundamental de su vida, como si hubiera tocado el infierno pero sólo con la punta de los dedos. Le hice una pregunta acerca del infiltrado, en los aspectos digamos teoréticos, je, je. Si en algunos momentos de su vida, y cuando está al otro lado, el infiltrado olvida quién es. Y su respuesta me pareció sutil e interesante, porque me dijo que cuando el infiltrado trabaja al otro lado deja de serlo. Que es otro, para el bien y para el mal, y el bien y el mal son difícilmente imaginables, filosofó, y que lo único que distingue al infiltrado es que, de vez en cuando, vuelve al lado bueno y recapitula, anota y actúa, si no lo dijo con estas palabras fue con otras.

Se anunció el primer avión.

Llegué tarde y muy cansado a casa. Pero aún pude buscar y anotar alguna cosa. Hablé con mi viejo compañero varias veces, y él con otra gente. El día siguiente lo dediqué a seguir con las comprobaciones. No te someto a las exigencias del llamado ritmo narrativo. Un coche bomba estalló contra el cuartel, en efecto, tal como lo dijo, y su mujer y su hijo estaban allí.

Del resto no hay rastro.

El fuego cruzado. La bomba lapa. El infiltrado. Zumaia a nado. Los 88 comandos. Nadie identifica al heroico teniente. Sólo hay un cuartel y un coche desbocado que se está acercando.

Cualquier impostura tiene una arena de verdad. Aquí es algo más grueso. Cascotes. En realidad, creo que me di de bruces con el síndrome. El síndrome del Norte, lo llamaban. A ti te corresponde determinar, con tu buena cabeza, si en un síndrome va un héroe.

Sigue con salud

A.

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