Todos los que saben algo de teatro coinciden en que está siendo una de las temporadas más complicadas para la escena madrileña. No hay nada que funcione de forma espectacular, por no hablar del batacazo que se están dando algunas producciones millonarias. Incluso valores que eran seguros hace unos meses afrontan esta primavera con la mitad de la platea vacía. Por eso es sorprendente que Eduardo Aldán llene desde hace un año el pequeño Teatro Gran Vía con su monólogo Espinete no existe. Por eso, y porque en un principio sólo iba a estar un mes.
Espinete es un espectáculo de hora y media en el que el vasco dialoga con el público sobre los mitos de la infancia. «Siempre ha sido uno de mis temas favoritos. El complejo de Peter Pan existe y yo lo tengo: colecciono juguetes y todo tipo de parafernalia de cuando éramos pequeños. Me encantan las series de aquella época... añoro la infancia enormemente».
El suyo ha sido un auténtico trabajo de arqueología de los recuerdos que le ha llevado cinco años. Aun ahora sigue incorporando cosas y desechando otras. La comunión, los estuches, los payasos de la tele... todos entran en juego en un a ratos gracioso, a ratos sensible viaje en el tiempo. «Aunque yo soy de una generación muy concreta, lo que cuento en Espinete conecta con gente de distintas edades a la mía. Eso fue lo que más me sorprendió. El primer mes pensé que todos los treintañeros de Madrid ya habrían venido. Pero luego hubo un segundo, un tercero, un cuarto mes... y un año, ¡y sigue lleno!».
Dice no conocer el secreto de su éxito, pero el boca a boca ha superado todas las expectativas. «La mejor forma para convencer a la gente durante los primeros cinco minutos, que son cruciales, es reírte de ti mismo. Poner en evidencia todos tus defectos nada más empezar. Una vez que te has metido contigo mismo, ya te puedes meter con todos los demás. Y la gente entra».
Aldán, que describe su espectáculo como «el siguiente paso al Club de la Comedia», estudió Bellas Artes pero su primer sueldo lo ganó haciendo magia. Hace 10 años se vino a Madrid. «Llegué con el dinero justo para el alquiler de un mes. Mi idea era ir a actuar al Retiro, hacer un show de calle que tenía montado. Visto desde Bilbao, el Retiro era para mí un lugar idealizado, el sitio donde había empezado todo el mundo». No le hizo falta porque «fueron surgiendo cosas». Desde entonces ha tocado todos los palos, desde presentador a actor, pasando por guionista, doble de luces, público y director. «Si pudiera elegir me gustaría que pensaran que soy un comunicador». De hecho, el trabajo más largo que ha tenido en su vida ha sido Espinete no existe. Y lo que le queda, porque la idea es permanecer al menos otra temporada más en el Teatro Gran Vía y después hacer gira por España. «Me preocupa quemarme. Cada día me entrego como si fuera el primero y eso desgasta mucho».
Sabe que no es «una figura popular», aunque su nombre sonó durante un tiempo como sustituto de Javier Sardá en un late night para Telecinco, algo que ahora desmiente absolutamente. «Para mí, hubiera sido como sustituir a Jay Leno».
Lo suyo, de momento, sigue siendo la infancia. Como experto en la materia le llamaron para preparar una gala en Televisión Española sobre los 50 años de programación infantil de la casa. «Fue como mi cumpleaños», afirma entusiasmado. «Me dejaron bucear durante meses en los archivos de RTVE. Gracias a aquello encontré los originales de Espinete y Don Pimpón, que estaban en una caja de cartón, llenos de polvo, raídos. Los restauramos y pudieron aparecer durante la gala».
Espinete no existe.
Teatro Gran Vía (Gran Vía, 66). Taquilla: 91 541 55 69.