CARLOS FRESNEDA. Corresponsal
NUEVA YORK.-
La espía Valerie Plame tiene por fin un rostro, una mirada sagaz y una reconocible melena rubia. La ex agente secreta de la CIA, en el ojo del huracán desde que su nombre fue filtrado ilegalmente a la prensa, se desquitó ayer en público y acusó a los altos funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado de haber actuado contra ella «sin piedad». La espía dio la cara ante la Comisión de Reforma del Gobierno en la Cámara de Representantes y puso a prueba su futura condición de estrella, en vísperas de la publicación de un libro bomba en el que piensa contarlo todo.
Plame afirmó que su identidad fue revelada «por motivos puramente políticos», como represalia por la actitud de su marido, el ex embajador Joseph Wilson, que criticó a la Administración de George W. Bush por manipular las pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. «Sentí como si me dieran un puñetazo en la tripa», declaró Plame ante la Comisión, recordando el momento en el que leyó por primera vez su nombre en una columna del periodista Robert Novak. Su declaración se produce una semana después de la sentencia por perjurio y obstrucción de la justicia contra Lewis Scooter Libby, ex asesor del vicepresidente Dick Cheney.
La identidad de los espías está protegida por ley, aunque la propia Valerie Plame reconoció que, después de lo que le ha ocurrido a ella, «los futuros agentes que se planteen trabajar en el extranjero para la CIA se lo van a pensar dos veces».
«Resulta una ironía que mi nombre fuera revelado precisamente por miembros de nuestra Administración, cuando su deber es protegernos», declaró la antigua espía. «En esas condiciones, no podía seguir desempeñando un trabajo para el que había recibido un adiestramiento muy especial», agregó.
La conexión Nigeria-Irak
Sin dar nombres, Plame acusó directamente a «altos funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado» de haber actuado «temerariamente y sin piedad» contra ella y contra Joseph Wilson. Plame negó haber recomendado personalmente a su marido para la misión especial a Nigeria, a la busca de pruebas de una supuesta conexión con el programa nuclear de Irak.
Wilson concluyó a la vuelta que no existía tal conexión y plantó cara al propio presidente Bush, que incluyó la conexión Nigeria-Irak en el paquete de «evidencias» contra el régimen de Sadam Husein. Al poco de hacer públicas sus críticas, Wilson leyó con sorpresa el nombre de su esposa -hasta entonces agente secreta de la CIA- escrito en letra impresa. Así arrancó el inextricable caso Plame, que está coleando, aunque el testimonio de la radiante protagonista tiene ahora un valor meramente informativo y poco más. «No estamos aquí para determinar ninguna culpabilidad penal», advirtió ayer el congresista demócrata Henry Waxman. «Pero es nuestro deber averiguar si se obró de una manera incorrecta e insistir en que se deben exigir cuentas», añadió.
El testimonio de Plame copó ayer primer plano en todas las televisiones, con el nuevo escándalo de la purga de fiscales resonando como telón de fondo. El asesor de la Casa Blanca Karl Rove, cuyo nombre saltó en su día a los titulares por su implicación en el caso Plame, tuvo también un papel destacado en la destitución de nueve fiscales federales. El presidente del Partido Demócrata, Howard Dean, aseguró que estamos ante «el Watergate de la Administración Bush». Rove recordó sin embargo que la designación de fiscales es una prerrogativa presidencial.
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