Para enterarse de cómo va la guerra en Afganistán, todo lo que tendría que hacer un reportero en cualquier parte del mundo es averiguar a qué precio se vende la heroína en las calles de la ciudad donde vive. Los Angeles Times informa de que los veteranos drogadictos de la ciudad están cayendo como moscas debido a la abundancia de esta droga procedente del país asiático, barata y sumamente pura, que nunca antes había llegado a la remota California. Según el periódico británico The Guardian, este año Afganistán producirá más heroína de la que los drogodependientes occidentales son capaces de consumir.

En este país -productor del 70% del opio de todo el mundo, según un informe de la ONU- medio millón de personas forman parte de la cadena de narcotráfico, que genera unos ingresos anuales estimados en cerca de 25.000 millones de euros. Se cree que el año pasado se sembraron más de 225.000 acres de terreno. Naciones Unidas teme que este año Afganistán pueda cultivar todavía más adormideras, en un momento en el que la producción ya está en niveles récord. De acuerdo con el Departamento de Estado de EEUU, la producción de este tipo de producto creció un 25% en 2006.

A veces, lo más difícil de ver es lo que uno tiene delante de sus narices. Contemplando Afganistán y tratando de imaginar con fría claridad un futuro para ese país, hay una evidencia que sobresale: su única ventaja comparativa, el único valor añadido que tienen los afganos y que se demanda en grandes cantidades por todo el mundo, tanto legal como ilegalmente, es el opio.

El opio legal es el ingrediente fundamental en el control clínico del dolor. Sus derivados incluyen la morfina, la codeína, el pantopón, el metopón y la oximorfona, entre otros. Incluso la hija siniestra del opio, la heroína, es, bajo el nombre de diamorfina, una respetable droga de prescripción perfectamente legal en el Reino Unido, donde se emplea de forma rutinaria en el tratamiento del dolor agudo, según la BBC. Esta sustancia se utiliza como paliativo en la agonía de los enfermos terminales, en los que el peligro de que se enganchen es obviamente irrelevante. La mencionada cadena británica informa también de que el sistema público de salud está sufriendo una grave escasez de diamorfina y que la Asociación Médica Británica aboga por aprovechar la cosecha afgana de adormideras para producirla para el Servicio Nacional de Salud. Afirma que esto beneficiaría a los pacientes a la vez que proporcionaría a los agricultores afganos unos ingresos que les hacen mucha falta.

Igual que la acuñación de moneda, producir el opio es una actividad legítima cuando está convenientemente controlada y regulada. Afganistán, con su tecnología tradicional y poca o ninguna inversión extranjera, sería capaz de satisfacer todas las necesidades mundiales de un producto valioso y esencial para la medicina moderna. Podría ser la única oportunidad de alcanzar la prosperidad que le queda a una sociedad con muchos analfabetas y cuyo 60% de población tiene menos de 20 años. Por supuesto, al Gobierno de EEUU le horroriza una idea que, por muchas buenas razones, podría no llegar nunca a transformarse en realidad... Aunque, probablemente, sean las mismas razones que hacen que Occidente se estrelle en Afganistán.