R. A.
François Bayrou (Bordères, 1951) se ha convertido en la gran sorpresa de las elecciones presidenciales. Puede haberle beneficiado la incertidumbre de los votantes -casi la mitad no ha decidido el destino de su papeleta- y puede haberle convenido la guerra cuartelaria entre Sarko y Ségo, aunque los politólogos franceses sudan y se contradicen para explicar cómo ha podido alcanzar el 24% de intención de voto cuando su punto de partida en diciembre era seis veces inferior. Unas versiones apuntan a su perfil moderado, a su fe granítica y a su vocación centrista.
Otras relacionan su pujanza con el hecho de que Bayrou combate el sistema de clanes sin enarbolar un discurso extremista ni incendiario. Quizá ya no exista la Francia de antes. La Francia de la Renault, del domingo, del cura y del boticario, pero Bayrou cree que es posible resucitarla con un ejercicio de conciliación ideológica.
Se trataría, en suma, de compaginar el gaullismo con la izquierda moderada. Un esquema de cohabitación sensata que el propio líder de la UDF (Unión por la Democracia Francesa) vincula con el modelo italiano. No en su dimensión caótica, sino en la expresión de un primer ministro, Prodi, que lidera una coalición de sinistra sin poner en discusión la propia naturaleza democristiana.
Ya lo había dicho Bayrou en la elaboración inconsciente de su autorretrato: fuerte como un tractor, noble como un campesino, ilustrado como un profesor de latín, creyente como un personaje en blanco y negro de Proust, familiar como un padrazo a la antigua usanza.
Son los fundamentos de su candidatura, aunque el salto cualitativo le viene de los socialistas que discrepan del proyecto Royal, los burgueses bohemios -bo-bo, como se les llama en Francia- y un ejército de profesores universitarios que elogian su compromiso con la Enseñanza.
A favor:
El talante conciliador, la apuesta del centro.
En contra:
Un partido débil.
Intención de voto:
21%.
Resultado en 2002:
6,84%.
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