R. A
Arlette Laguiller (París, 1940) comparte algunos avatares con Jean-Marie Le Pen. Ambos provienen del extremo. Ambos acumulan más candidaturas que nadie al Elíseo. Ambos condenan el liberalismo. Ambos hablan en nombre de los obreros. Ambos votaron no a la Constitución Europea.
La diferencia es que el líder del Frente Nacional presume de una mayor proyección política. Tanto por el peso objetivo del lepenismo como porque la izquierda radical francesa padece una crisis de identidad que se ha balcanizado en toda suerte de siglas, eslóganes y símbolos.
Laguiller, por si acaso, persevera desde la plataforma de la Lucha Obrera, sobrenombre de una agrupación germinada en el 68, anclada en presupuestos anacrónicos y decidida a defender el trotskismo en el siglo XXI. No es raro, por tanto, que en el mundo ideal de la Juana de Arco obrera puedan compaginarse la prohibición del despido, la normativa de requisar a las empresas que los practican, el objetivo de regularizar a todos los inmigrantes ilegales y la promesa de proporcionar una vivienda digna a los desheredados. «¡Toda la sociedad depende de nosotros, pero somos los únicos que no nos beneficiamos de nuestro trabajo», exclama la líder revolucionaria cada vez que se trata de incendiar uno de sus discursos.
La fórmula antisistema le funcionó bastante bien en 2002, aunque cuesta mucho trabajo sospechar que madame Laguiller pueda emular ahora el 5,72% obtenido entonces. No sólo porque las encuestas contemporáneas relativizan su peso a menos de la mitad. También porque los comicios de 2007 están concentrados en las figuras de Sarkozy, Bayrou y... Royal por mucho que los votantes de extrema izquierda hayan manifestado alergia a la candidata socialista. En contra del voto útil y de la lógica, Laguiller sueña una Francia sin policías y una sociedad donde haya desaparecido el ánimo de lucro. A punto de cumplir 67 años, se enorgullece de haber leído toda la obra de Lenin y de ser la única que ha concurrido seis veces al Elíseo.
A favor:
La nostalgia trotskista.
En contra:
La realidad política.
Intención de voto en 2007:
2%.
Resultados en las elecciones presidenciales de 2002:
5,72%.
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