R. A.
Jean-Marie Le Pen (La Trinité, 1928) ha sudado, despotricado y llorado para hacerse un hueco en la lista oficial de los candidatos al Elíseo. Finalmente tiene registradas las 500 firmas de cargos electos que la ley exige a los aspirantes, aunque el líder del Frente Nacional denunciaba que le habían organizado un complot multilateral para dejarlo fuera de juego. Son maniobras de propaganda, motivos espurios que Le Pen aireaba como una manera de acaparar la escena y como un modo de socavar la confianza en las instituciones democráticas.
La estrategia incendiaria convenía al planteamiento antisistema del Frente Nacional, aunque el patriarca tiene muy difícil repetir la hazaña de los comicios de 2002. Entonces se impuso a Jospin en la primera ronda y disputó la segunda con el respaldo de 5,5 millones de votantes. Ahora, en cambio, la fuerza lepenista parece haberse desdibujado. Primero porque la mano dura de Nicolas Sarkozy y sus discursos identitarios han cuajado terapéuticamente en el electorado de la extrema derecha. Y, en segundo lugar, porque François Bayrou, líder de los centristas (UDF) se ha adjudicado la plaza de árbitro de los comicios con unas expectativas de voto similares a las que maneja Ségolène Royal.
No acepta Le Pen de buen grado que las quinielas en juego hayan relativizado su fuerza. Quizá porque olvida la evidencia de sus 78 años. O quizá porque intuye un nuevo fracaso de los institutos demoscópicos.
«¿Tengo ahora que fiarme de las encuestas cuando se equivocaron completamente en 2002? En nuestro partido tenemos el convencimiento de que vamos a disputar la segunda vuelta de las elecciones, aunque se han intentado todo tipo de maniobras para impedirlo», decía el gran jefe.
Los cálculos optimistas de Le Pen también se justificarían en la moderación de su campaña electoral. Es verdad que el líder frontista arrea contra la extranjería y el euro, pero ha matizado la xenofobia, ha logrado adeptos en las barriadas marginales y ha utilizado el rostro y el cuerpo de una francesa mestiza como reclamo de uno de sus carteles electorales más llamativos.
Es la apariencia de un cambio que se reconoce difícilmente en el fondo, aunque la hija del patriarca, Marine, habla de proceso evolutivo (¿?).
A favor:
El sustrato antisistema de la sociedad francesa.
En contra:
Los años y el discurso trasnochado.
Intención de voto:
13%.
Resultados en 2002:
16,86% en la primera vuelta. 17,94% en la segunda.
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