Sábado, 17 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6299.
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VIDAS PARALELAS / EDUARDO ZAPLANA / EDUARDO ZAPLANA
El ser es
PEDRO G. CUARTANGO

El ser es, decía Parménides. Por tanto, el no ser no puede ser. Luego lo único que puede ser es el ser. Si el ser es siempre ser, tiene que ser inmutable y eterno. Y el cambio es, pues, una engañosa apariencia de los sentidos.

«Se debe decir y pensar lo que es, pues es posible ser, mientras que a la nada no le es posible ser».

La confirmación de la teoría metafísica del gran filósofo de Elea es Eduardo Zaplana, siempre eternamente igual a sí mismo. Zaplana es Zaplana y no podría ser de otra forma. No cambia. Es siempre fiel a sí mismo y jamás defrauda a sus amigos y enemigos.

Si se mira en el espejo Zaplana es idéntico a sí mismo, pero si su imagen se multiplica en mil espejos y se proyecta en otras mil imagenes del pasado no se percibirá ni la más mínima diferencia.

Siempre fue así y siempre lo será, lo que resulta irritante para los que intentan desvelar esa máscara que permanece igual a sí misma y que tanto irrita a sus enemigos.

Hemos visto esta semana a Zaplana en estado puro frente al único rival dialéctico que está a su altura: Rubalcaba, el otro gran enigma de la política española.

Zaplana y Rubalcaba son seres opacos, innacesibles, personajes que actúan en el teatro de la vida, que parecen convivir con pesados secretos de su pasado.

Los dos golpean con puño de hierro en guante de seda, pero Zaplana no pierde jamás esa sonrisa de killer que tanto exaspera a sus adversarios. Si Rubalcaba finge sucumbir en ocasiones a rasgos de humanidad, Zaplana jamás cae en esa debilidad.

Zaplana es útil para la derecha porque así tiene a alguien a quien culpar de todos sus errores. Pero también es útil para la izquierda, que ve en él todas las maldades que puede albergar el alma humana.

Pero Zaplana es, en realidad, neutro. Sólo refleja lo que cada uno quiere ver en él. No es bueno ni malo. Ni idealista u oportunista. Es lo que requiere la ocasión y siempre dependiendo del punto de vista.

Zaplana, como el ente eleático, se limita a ser en una imperecedera contingencia. No es un ente trascendente como el ser hegeliano que se busca a sí mismo en la pura racionalidad de lo ideal. Es sólo -y ya es mucho- ser que es.

«Un solo camino narrable queda: que es. Y sobre ese camino hay signos abundantes: que en tanto existe es inengendrado e imperecedero, único en su género, inestremecible y realizado plenamente».

Zaplana ha sido alcalde de Benidorm, ha gobernado la Comunidad Valenciana, ha ocupado la cartera de ministro de Trabajo y es ahora portavoz del PP. Ahí quedan sus discursos, su obra, sus gestos, pero ello no nos resuelve el enigma de ese yo indescifrable que se oculta tras ese rictus que recuerda el gesto misterioso de la Esfinge.

Hay algo anacrónico y oriental en este personaje nacido en las orillas del viejo Mediterráneo que induce a meditar sobre la condición humana.

«Allí están las puertas de la noche y los senderos del día y frente a ellas un dintel de piedra: Dike, la de las abundantes penas, guarda las llaves de las etéreas».

Zaplana, como la hija de Temis, guarda los arcanos de la noche y conoce los trazos de las nubes del mañana. ¿Le necesitan?

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