Sábado, 17 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6299.
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Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa (Montesquieu)
 OPINION
VICIOS DE LA CORTE
El cero
RAUL DEL POZO

Yo aún sueño que el profesor de Matemáticas, que es un sádico y se llama León, me pone un cero en su asignatura. En aquel tiempo del tabaco de hebra y mesas de hule, aún Pink Floyd no había ordenado que se dejara a los niños en paz, ni se hablaba de los derechos del escolar. Las escuelas y los institutos seguían la tradición pedagógica de los atenienses, los escribas, los ingleses, es decir, el látigo, aunque no se empleara, el arrodillamiento y otros castigos corporales, que sí se aplicaban. El más cruel castigo corporal era el cero. Nos trataban a hostias en casa y en la escuela, pero el pavor surgía en primavera, cuando se acercaban los exámenes y un suspenso era recibido en la familia como un pedrisco, una helada, una desgracia.

Ahora, parece que el cero se va a quedar fuera de las notas escolares si se aprueba el proyecto de ley que regula la enseñanza Secundaria. La nota mínima será 1 y la máxima, 10. Las notas 1, 2, 3 y 4 se calificarán con el eufemismo de insuficiente; el 5, como suficiente; el 7 y el 8, notable; y 9 y 10, sobresaliente. Que desparezca el cero de la pedagogía cruel representa un avance de la civilización. No sé si será un anticipo de la sabiduría.

El cero no es romano; peor que bárbaro, asiático; los griegos lo conocieron, lo llevaron a la India y lo enterraron hasta que lo exhumaron los camelleros islámicos, lo pasearon por los zocos y lo añadieron al álgebra. Parece que en España puso los primeros ceros el judío de Tudela. Ajeno a la civilización grecolatina, símbolo del monoteísmo, también lo usaban los indios para denominar un lugar vacío y levantar con los esclavos templos al sol.

El Gobierno del talante decretará para no humillar a los zoquetes que los profesores no les apliquen el martirio del cero. La medida magnánima y altruista podría llevar a prescindir del déficit cero para no humillar a otros países europeos menos florecientes, y tal vez lleguemos a que a los marcadores de los partidos del domingo no suba nunca el cero para no ofender a los equipos que pierdan.

Caminamos hacia la utopía del derecho a la vagancia enunciado por Paul Lafargue, que se casó con Laura, la hija menor de Carlos Marx. Paul Lafargue era compañero del partido de Zapatero; estuvo en España en los comienzos del movimiento obrero e influyó en Pablo Iglesias. Su viaje a España fue decisivo para el desarrollo del socialismo. En su obra El derecho a la pereza Lafargue dice que la extraña pasión por el trabajo que invade a la clase obrera española se debe a que es víctima de la propaganda de los curas y los economistas, corazones de piedra que necesitan una escuela que produzca números uno darwinistas y feroces.

No sé si estamos llegando a la sociedad del ocio o a una escuela-basura de menos disciplina, una escuela ridícula y trivial.

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