Thomas F. Eagleton, senador estadounidense, vivió en el vórtice del huracán durante 18 días de 1972. Tras ser designado candidato a vicepresidente en la dupla que protagonizaba George McGovern, fue obligado a renunciar.
Eagleton había recibido tratamiento mental y electrochoques durante, al menos, tres veces en su vida (1960, 1964 y 1966) para tratar una depresión. En la convención de Miami McGovern lo hizo esperar horas para comunicarle si al fin lo acompañaría en las elecciones contra Nixon. Cuando Eagleton renunció, dos semanas más tarde, algunos comentaristas especularon sobre la posiblidad de que el candidato a presidente hubiera evaluado durante aquel lapso la pertinencia de concurrir junto a un paciente psiquiátrico. En realidad, parece que nadie, excepto Eagleton y su esposa, conocieran la verdad, enterrada con la tranquilidad de un enfermo que contempla los viejos y aciagos días en una nebulosa, demasiado lejana, tímida, quebradiza y añeja para temerla.
En aquellos días, como reconoció el propio McGovern hace apenas un año, los conocimientos de psiquiatría eran nulos. La depresión pesó como plomo en las alas. Un candidato que hubiera sido ingresado quedaba señalado por el telerrifle de la sospecha. Fue la comidilla en las mesas de desayuno de los políticos. Nadie hablaba de otra cosa. Al descubrir la prensa los rumores sobre el pasado de Eagleton, los aullidos recorrieron la espina del partido Demócrata: «Echad a ese canalla»; «Arruinará nuestras posibilidades»; «Dejará en bandeja el triunfo a Nick». La terapia, para el imaginario colectivo, equivalía a endeblez, y dejar en manos de un hombre roto el futuro de la Nación equivalía colocar una bomba en manos de un pirómano.
Lo explicó Norman Mailer en St. George and the Godfather (1972): «Hasta la peor campaña contra él apuntaba a la bebida, problema grave, pero vicio excusable en un político. Mas nunca se había hablado de electrochoques, que no se asociaban a tratamiento médico, sino a cárcel, manos esposadas y la posibilidad de una mente seriamente dañada. Éste era el prejuicio, ¿quién se atrevía a refutarlo?».
La nómina de políticos distópicos era amplia: hablaba de gente que peleaba contra sus demonios, tal vez propietarios de almas hermosas y enfrentados a problemas de índole cósmica; mientras, la enfermedad mental aparecía asociada a oscuros y aterradores habitáculos psíquicos, viajes nocturnos por carreteras que conducían a habitaciones lúgubres, muy alejadas de la épica de un John Wayne encorbatado que tanto enamora al público.
Eagleton transformó el bajonazo en estímulo. Renunció a su puesto en la candidatura, pero siguió en la arena política. A fin de cuentas fue un político nato. Los torpedos contra la línea de flotación siempre podrían reciclarse en aras de una nueva y recauchutada imagen. Fue senador durante varias legislaturas, personaje clave en los bombardeos de Camboya, luchó por limitar los poderes presidenciales en caso de guerra...
Enamorado de San Luis, ciudad a la que consagró su vida, compaginó la actividad pública con la abogacía, y aunque muchos pronosticaron que descarrilaría, alcanzó la vejez ocupando puestos de relevancia.
Thomas F. Eagleton, ex senador estadounidense, nació en San Luis (EEUU) en 1929 y murió el 4 de marzo de 2007 en Richmond Heights (Misuri, EEUU).