Cuvillo / Barrera, Morante y Talavante.
Siete toros de Núñez del Cuvillo, segundo bis, justos de trapío, terciados y bonitos de hechuras. Blandearon todos, algunos próximos a la invalidez, menos tercero y sexto. Nobles y manejables; el mejor, el tercero, con casta y movilidad, y el sexto, con parecidas fuerzas.
Vicente Barrera: oreja (estocada baja) y ovación tras aviso (estocada arriba). Morante de la Puebla: bronca (estocada defectuosa y pinchazo) y silencio (estocada caída y pinchazo). Alejandro Talavante: dos orejas tras aviso (media defectuosa y descabello) y gran ovación que recoge desde los medios (estocada y cuatro descabellos). Salió a hombros.
Coso de la Calle de Xátiva, octavo festejo, lleno en tarde fresca.
VALENCIA.- Lo primero que hay que plantearse es si en una plaza que debiera ser espejo de todo el litoral levantino y mediterráneo, pueden darse dos orejas tras un aviso, media estocada atravesada y un descabello. La oreja primera se le pidió a Talavante por aclamación unánime y ahí no hay vuelta de hoja: el pueblo es soberano. O eso dicen.
La oreja segunda, aunque siguiera la aclamación en los tendidos, es de potestad presidencial y debe atender a varios factores, entre ellos la ejecución de la suerte de matar y la colocación de la espada. Y ahí tengo mis dudas sobre la decisión del palco. Claro que si, como dice el clamor popular y la docta exégesis de los académicos, Talavante se parece a José Tomás, es de razón que se parezca en todo.
Hace años vimos a Tomás cortar una oreja que le abría la Puerta Grande de Las Ventas, tras un estropicio considerable en la suerte suprema y después de una faena bastante peor de la que hizo ayer en su primero Alejandro Talavante. Pero los presidentes, de corrida y de los otros, son así; siempre encuentran una razón para salirse con la suya: a veces, la democracia asamblearia y, a veces, la propia y santa voluntad.
El presidente Zapatero, a requerimientos sagaces de Carlos Herrera, ha dicho que este Gobierno no tiene previsto nada contra las corridas de toros. Así que los fieles de José Tomás y los catecúmenos de Alejandro Talavante, que ayer empezaron a ser legión, van a tener ocasión de comparar a ambos fenómenos: el dios consagrado y el candidato a la consagración. Yo me creo lo del presidente Zapatero, palabra. Mas, entre la turba descreída y pasional de los aficionados, han saltado las alarmas.
Primero, porque tras ir tantas tardes a las plazas de toros, palabra y pañuelo de presidente ya no son muy creíbles; y segundo, porque puede que no haya nada previsto contra los toros, pero la liebre, imprevisible y veloz, puede saltar en cualquier momento. Como saltó ayer el premio orejil a Vicente Barrera y el doble premio a Alejandro Talavante. Si es por comparación, están bien esas dos orejas, pues hubiera sido injusto equiparar el contenido y la forma de ambas faenas.
Toreo vertical
El palco presidencial de Valencia que, en estas Fallas, empezó poniendo muy cara la segunda oreja, ha acabado abaratando también la primera. Bien mirado, si anteayer, con los dos premios a Enrique Ponce, la plaza fue el cuerno de la abundancia, hubiera sido agravio comparativo la cicatería con Vicente Barrera y Talavante, que también son hijos de Dios. Barrera esbozó su toreo pausado, vertical, ceremonioso; lo esbozó, aunque no acabó de rematarlo.
Junto a naturales y redondos luminosos, hubo enganchones y garabatos, por muy líricas que resulten esas distorsiones en torero tan terso como Vicente Barrera. Poco más podía hacer el valenciano, salvo reivindicar su estilo y su lugar en la Fiesta, con los flojísimos toros que le tocaron en suerte. Puro mimo y caricia los muletazos para que no se le derrumbara el bonito y blandísimo cuarto.
En lo que se refiere a Talavante, dicen que es la viva reencarnación de José Tomás; y eso no es bueno para Talavante y acaso tampoco para José Tomás. Sobre todo, cuando el presunto reencarnado decide volver a la vida propia sin mediums ni soportes ajenos. No vi en Madrid a Talavante la tarde de la revelación y otras, de las que fui testigo, fueron una decepcionante chapuza.
Ayer, en cambio, Alejandro Talavante se pasó los toros muy cerca con la capa. Un quite apretado por gaoneras en el primero de Morante, unas verónicas de saludo y un quite por chicuelinas en el propio, sacaron, por lo ceñidos, chispas de los alamares. En el platillo, con un toro, el tercero, que se venía al toque, franco y alegre, surgió la escultura sagrada del estatuario.
Comprometida la colocación e impecable la ligazón de los naturales y los redondos; y una sintaxis muy bien hilvanada de cambios de manos y pases de pecho para afianzar la fluidez del discurso torero. De cualquier forma, los mimetismos nunca son buenos y Talavante debe olvidarse de identidades tomistas; ponerse donde se ponía José Tomás en sus primeras temporadas es, hoy por hoy, o un suicidio o un imposible.
Un subalterno de Talavante, grandote, grosero y maleducado, creo que Fernando José Plaza, se empeñó en quitarle el toro a Morante cuando éste entraba a quites en el sexto por inhibición o renuncia de Barrera.
Al fin, prevaleció el derecho reglamentario y el capote de Morante de la Puebla; esa descortesía zafia del subalterno a punto estuvo de privarnos de unas primorosas chicuelinas del sevillano, y la media; y de la réplica, también por chicuelinas, de Talavante. Ese quite, tradicionalmente reconocido en todos los sitios como el del perdón, no logró reconciliar a Morante con los valencianos; peor para ellos. Les irritó por igual la clarividente y honrada brevedad de su inválido primero y la pesadez, salpicada de fulgores, en su segundo de parecida condición y catadura.