El clima de crispación descarnada que se vive actualmente en España está dejando de ser un hecho noticiable, para convertirse en un tema recurrente, preocupante, que necesita y reclama de nosotros un análisis serio, profundo, desapasionado. Aunque resulte sin duda cansino, hemos de reiterar, de entrada, nuestra preocupación por una manera de hacer (o, mejor dicho, de deshacer) política que es frustrante, peligrosa y dañina. De hecho, cuesta entender a quién puede beneficiar tanta bronca -el qui prodest latino- que no sea a cuantos calculan a corto plazo y son conscientes de la rentabilidad partidista del recurso a la visceralidad.
Parece que se extienda, en el ambiente político, una intención de hacer saltar por los aires el espíritu de la Transición, que encontró su banda sonora en la canción de Jarcha Libertad sin ira. Quizás todos tengamos algo de culpa en ello y no hayamos hecho los deberes de una manera impecable, pero hemos de denunciar a quien, hoy en día, está atizando, irresponsablemente, el fuego de la discordia y del disenso, en vez de orientar las energías en el abordaje constructivo de aquellos desafíos que nos depara este siglo XXI, en ámbitos como la dignidad humana y la ciudadanía, la relación con el entorno y el desarrollo comunitario.
Y no cabe duda de que se dan elementos para avanzar, para compartir unas ansias comunes de progreso. Así, por ejemplo, esta semana se han hecho pasos muy significativos en cuanto a la paridad entre hombres y mujeres. Pero hemos de ser conscientes de que no se trata tanto de hacer leyes -con el máximo consenso político y social posible-, como de cambiar mentalidades, por lo que urge que no nos entretengamos en meros ejercicios de retórica, sino que nos dediquemos a la pedagogía, al civismo vivenciado por todos y todas, desde el respeto a quienes tengan otros planteamientos ideológicos y proyectos vitales. Y los políticos no siempre estamos a la altura exigible.
A quienes formamos CiU, no nos van, en absoluto, la confrontación derecha-izquierda ni la radicalización política, no sólo por la incomodidad de ver cómo se reduce drásticamente el peso del debate político constructivo, sino también, y sobre todo, por lo que representa de amenaza de un nuevo frentismo, con sus prejuicios fanáticos. Concretando en UDC y en sus tres cuartos de siglo de existencia, podemos concluir, con orgullo democrático, que el partido de los socialcristianos catalanes se ha destacado por propugnar teóricamente y aplicar en la práctica una tercera vía, la de la conciliación, incluso en períodos oscuros de nuestro país.
En consecuencia, estaremos especialmente vigilantes para que la recuperación de la «memoria histórica» no sea un instrumento, en manos de la izquierda más dogmática, para distorsionar el relato de nuestra historia reciente, ni para hostigar a sus enemigos, hurgando en heridas que deberían restañarse.
El pesimismo existencial no es aconsejable, menos aún para quienes nos dedicamos a la política. Es preciso dejar siempre un margen al optimismo. Desde esta perspectiva, me resisto a aceptar que la situación actual de crispación política sea irreconducible, a pesar del serio daño infligido en términos de convivencia.Es evidente que nada positivo puede construirse incitando el voto del miedo o del odio: la derecha y la izquierda españolas deberían tener aprendida esta lección. La alternativa es clara y ostensiblemente más adecuada: concitar el voto de la esperanza, de la ilusión y del compromiso por lo comunitario, que nos ha de permitir que mejoremos la calidad de nuestra vida democrática.Podemos y debemos aspirar a vivir en libertad y sin ira, ciertamente.Es lo que toda persona reclama. Y no cabe duda de que, para ello, hemos de procurarnos una política sin crispación, rebajando radicalmente el ruido ambiental y centrando el país, tanto en políticas como en actitudes.
Rompamos, desde un centrismo expansivo, la espiral simplista y perjudicial para el país que representan la crispación y el frentismo creciente. Superemos, para ello, la lógica de la exclusión, así como el maximalismo del todo o nada. Fomentemos, por el contrario, el encuentro, mediante políticas y actitudes de centro, que significa, ante todo, moderación y diálogo.
Desgraciadamente, la crispación lo contamina todo, enrarece cuanto toca. Sin embargo, no nos debemos rendir ante ella, sino que hemos de reconducir urgentemente la situación, fijando otras prioridades, más acordes con las necesidades ciudadanas y con el interés colectivo. Por ello, y como ejemplo, hemos de evitar, al menos en Cataluña, donde no se da el clima asfixiante PP-PSOE gracias a la presencia estabilizadora de CiU, que las elecciones municipales de mayo se conviertan en un espectáculo penoso de free-boxing, tan efectista como estéril.
Joana Ortega i Alemany es portavoz de UDC y diputada de CiU en el Parlament de Catalunya