Domingo, 18 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6300.
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LA PENULTIMA CABRIOLA DE UN CREADOR / «Estudié pintura en la escuela de arte, pero no música», dice el inventor del 'ambient' / El 'software' de la muestra 'centrifuga' 360 diapositivas creadas a lo largo de 20 años
Brian Eno exhibe una «pintura sin principio ni final»
El artista británico presenta en Barcelona '77 million paintings', que tardaría 438 años en verse al completo
JAVIER BLANQUEZ

BARCELONA.- La instalación 77 million paintings de Brian Eno podría ser la exposición de pintura más extensa y duradera en el tiempo de la Historia. Lo sería porque, de poder verse en su totalidad, la experiencia ocuparía 438 años de la vida de una persona y, como indica el nombre de la experiencia, un total de 77 millones de obras diferentes.

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«La idea es que nunca, en toda tu vida, volverás a ver la misma pintura dos veces», afirmó ayer el artista multidisciplinar y genial músico británico Brian Eno en la presentación de su nueva creación en Barcelona, un discreto panel negro en el que se proyectan imágenes bajo el arbitrio de un programa informático que permite la permutación aleatoria de diapositivas, hasta cuatro a la vez.

«Durante cerca de 40 años he sido un artista plástico», contaba Eno ante un selecto auditorio en la FNAC de Plaza Cataluña. De riguroso negro, sereno, preciso, Eno teorizó sobre su aproximación a las artes plásticas. «Estudié pintura en la escuela de arte, nunca estudié música, y por eso nunca me he considerado un músico. Nunca, en todos mis años de vida profesional, he dejado de ser un artista visual. Quizá sólo en los dos años en que estuve en Roxy Music, pero incluso ahí era un artista porque yo era la imagen». Sentado sobre un escalón, con explicaciones precisas y serenas, afloró el Eno conferenciante, el teórico de la estética que, en los últimos años, ha conseguido hablar mejor sobre arte que hacer arte per se. Quizá porque la auténtica obra maestra es él.

«Lo que quiero decir es que esta exposición son 20 años de mi vida en imágenes. Empecé a trabajar en ellas como complemento visual de algunos de mis conciertos. He trabajado en unas 400 diapositivas en todo este tiempo, ya sea pintando sobre la película, rascándola, o creando imágenes del tamaño de cada una de las fichas, y unas 360 están integradas en este software».

El azar se alió con Eno -o quizá fuera un estudiado golpe de efecto- cuando sólo dos minutos después de esta explicación apareció en el caleidoscopio de 77 million paintings la primera pintura realizada hace dos décadas, una mancha amarillenta sobre fondo rojo y negro. Una entre 77 millones de posibilidades.

La instalación 77 million paintings se podrá visitar en el FNAC Triangle de Barcelona hasta el próximo 24 de marzo. Es la primera vez que se exhibe en España y previamente se ha presentado únicamente en Londres, Tokio, Venecia y Milán, y como implica la propia naturaleza de la obra, resulta imposible verla completa por su naturaleza cambiante y nunca reiterativa. Es un ejemplo claro de lo que se conoce como arte generativo, en el cual la obra es siempre el resultado de la intervención de un programa informático que determina su desarrollo, aleatorio e impredecible.

«Estas pinturas funcionan de la misma manera en que funcionó mi música durante un tiempo», explica Eno. «A mediados de los 70, imaginé una música que fuera como el cuadro que tienes colgado en la pared: lo tienes en casa, lo miras, pasas por delante y se queda ahí, lo mires o no. Así fue como nació lo que llamé música ambient, porque era música sin principio ni final. Ahora es al revés: pintura sin principio ni final».

También es pintura que juega con el concepto del tiempo y el lugar, de manera idéntica en que la música ambient tiene sentido como decoración de un prolongado estado de quietud. «En la ciudad moderna hay de todo: teatros, cines, restaurantes. Si quieres un lugar en el que desconectar, te vas a un parque. Normalmente, esa función la deberían desempeñar las galerías de arte, pero hoy en día no hay ni sillas para sentarte y contemplar las obras tranquilamente. Las galerías ya no entienden la obra como una experiencia que dura en el tiempo».

77 million paintings, pues, es una instalación que requiere la predisposición de pasar un cierto tiempo delante de ella con el único propósito de obtener a cambio que no pase nada, sólo una transformación interna. «En mi obra busco la experiencia de la rendición», argumenta Eno. «Hay más cosas en esta vida aparte de la religión que permiten la experiencia de que no pase nada. Hace 15 años me di cuenta de que odiaba ir a clubes porque me harté de gritar al oído de la gente para mantener una conversación. Por eso se me ocurrió la idea de un club tranquilo al que se pudiera ir a no hacer nada, porque no pasaba nada».

Así, en la obra pictórica generativa y mutante de Eno no pasa nada: sólo el tiempo. Una obra sin comienzo ni término pero con un propósito final absolutamente plástico: «Mi objetivo siempre ha sido crear cosas tan seductoras que la gente no tenga más remedio que preguntar cómo se ha podido hacer algo semejante».


De Stockhausen a Coldplay, pasando por David Bowie y Roxy Music

Antes que músico o artista, Brian Eno ha demostrado su auténtico valor como pensador, como la persona capaz de sacar ideas brillantes y transformarlas acto seguido en una obra de arte o un imponente producto pop. Responsable de conceptos clave de la vanguardia popular como música ambient o el no-músico, Eno fue una de los enlaces entre la música culta contemporánea y el universo rock al llevar los avances de la música electroacústica de Karlheinz Stockhausen y la experimentación teórica de John Cage a grupos como Roxy Music, hasta su llegada únicamente un discreto grupo glam dos años después convertido en puntal de la vanguardia del pop de los 70.

Más adelante, como productor, aplicaría esa misma filosofía a su trabajo con David Bowie -la trilogía berlinesa de Heroes, Low y Station to station- y bandas clave de la new wave como Devo o Talking Heads: la idea de que, en un estudio, con toda la tecnología al servicio de las ideas, se podían grabar discos avanzados a su tiempo, o como mínimo discos que sonaran mejor de lo que sus compositores jamás habían soñado.

Eso era lo que perseguían U2 cuando reclamaron los servicios de Eno como productor de The unforgettable fire (1984) hasta la cumbre techno-rock de Achtung baby (1991), servicios que aún sigue prestando puntualmente y que justo este año acaban de pedir los mismísimos Coldplay. Según ha explicado el propio Eno a algunos medios ingleses, su idea es transformar por completo el sonido del grupo de Chris Martin. Coldplay, al parecer, le han dejado vía libre para experimentar.

Porque experimentación es la palabra clave en la obra musical de Brian Eno. Justo tras abandonar Roxy Music entró en su fase pop, la de discos como Here come the warm jets (1973) o Taking tiger mountain (by strategy (1974), pop extraño y seductor en el que se conjuraban de forma mágica el formato electrónico y la perfección melódica del glam.

En paralelo, colaboró con la mayoría de los músicos rock de vanguardia de su generación, en especial con los alemanes Dieter Moebius y Hans-Joachim Roedelius (Cluster, Harmonia), y con el líder de King Crimson, Robert Fripp. Fue con Fripp con quien empezó a trabajar en música de texturas delicadas y longitud eterna -los dos temas de cerca de 20 minutos de (No pussyfooting)-, germen de la posterior música ambient que desarrollaría por libre en clásicos del siglo XX como Discreet music (1975) o Music for airports (1978) y que a su vez daría pie al concepto de banda sonora imaginaria de Music for films (1978) y el de fourth-world music, o la música de inspiración étnica facturada en Occidente que alcanzaría su punto de máxima expresión con el My life in the bush of ghosts (1981) que firmó junto con David Byrne. Y todo esto es sólo la punta del iceberg de 40 largos años de un genio aún no agotado.

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