Domingo, 18 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6300.
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 ESPAÑA
CRIMEN EN HUESCA / El testimonio de Mainar
«Salí por detrás del coche, le disparé a unos cinco metros y Grima cayó al instante muerto»
Reconstrucción del crimen de Fago a partir del sumario instruido por el asesinato del alcalde el 12 de enero pasado
PEDRO SIMON. Enviado especial

EL MUNDO ha tenido acceso al sumario 1/07 del Juzgado de Instrucción número 2 de Jaca donde se instruye la causa por la muerte de Miguel Grima, alcalde del PP de Fago asesinado el 12 de enero de 2007. A lo largo de más de 2.700 folios repartidos en ocho tomos, el único detenido por el crimen, Santiago Mainar, relata pormenorizadamente -antes de retractarse de todo- cómo urdió el asesinato, cómo huyó y cómo trató de eliminar las pruebas el día después. Se hallaron restos biológicos del detenido en el coche de Grima, sangre suya en el lugar del crimen y se demostró que el disparo con la escopeta de postas lo había realizado Mainar. El 2 de febrero los agentes estuvieron con él en su casa desde las 14.32 horas hasta las 21.30. Se derrumbó y cantó.

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HUESCA.- Aquel día Miguel Grima se comió un bol grande de escarola con un revuelto de setas, renegó entre dientes de la cita que tenía por la tarde en la Jacetania y se echó la siesta plácidamente, en medio de aquella quietud fagotana de mugidos y cencerros.

Fue lo último que oyó de su esposa, ya bajo el dintel del portalón, dibujada una tarde en la montaña como un descanse en paz.

- Compra pan, Miguel.

- Vaaale... Oye, Celia...

- ¿Qué, Miguel?

- Cuando vaya a salir de Jaca, te llamo...

- Venga, adiós.

A unos metros más allá, si se tiraran varios muros de piedra, veríamos a un hombre atribulado.

Ese hombre, espigada jaula de huesos, está comiendo solo. Tiene a mano la vieja cazadora vaquera verde que utiliza cuando va con las vacas. Viste vaqueros y jersey marrón. Conoce al alcalde que acaba de salir de casa desde hace 20 años. Es más, maldice a cada bocado y a cada trago el día en que lo trajo al pueblo y le consiguió aquel solar por sólo 300.000 pesetas.

Con el resol de la tarde, el hombre, perito agrónomo, sigue con su trabajo estadístico de la procesionaria de los pinos y va a dar de comer a los animales.

El hombre se llama Santiago Mainar.

Hoy va a matar a alguien.

Todavía no lo sabe.

«Después de comer fui a la muga, siguiendo la divisoria de montes, en el Val de San Juan. Allí encontré una escopeta abandonada que ya había visto antes. De dos cañones paralelos, sin munición (...)».

«Cuando la vi sentí un impulso raro, me acordé de que había escuchado decir a Grima que tenía una reunión al día siguiente. La zona donde apareció la escopeta demuestra el desastre de arreglo de la pista de San Juan que hizo Grima con dinero público. Sentí que ésa era la gota que colmaba el vaso y que estaba cansado de tantas barbaridades. En ese momento se me juntó todo y pensé que hasta aquí había llegado».

LA RATONERA

El frío avanza como una lengua húmeda cuando el sol se acuesta y Santiago Mainar es un hombre que camina eufórico, taquicárdico, movido por una determinación, con un objetivo gastado que ahora casi se toca, como un sueño loco y abyecto que estuviera a punto de culminarse.

Anda Santiago con la escopeta en una bolsa y la introduce en su Nissan Terrano azul. Conduce hasta casa y atranca la puerta. Sube a una de las naves que tiene arriba y, de entre mil cachivaches, saca un cartucho de un armario. Después de siglos de odio, todo está listo ya.

No hay nadie en las dos o tres calles de Fago y el pueblo es el fantasma de siempre cuando Mainar sale de la hura.

El sumario 1/07 del Juzgado de Instrucción número 2 de Jaca al que ha tenido acceso este periódico -ocho volúmenes, más de 2.700 folios- recoge que fue hacia las 19.00 horas cuando el ganadero metido en la piel de lobo echa a andar carretera abajo, dirección Majones, con la escopeta de dos cañones en una bolsa de basura.

Husmea un sitio donde tender la trampa. Tarda unas dos horas y cuarto en bajar y dar con el recodo más propicio. No se cruza con nadie. Es una bomba de endorfinas. Hay un silencio de muerte.

EL LUGAR DEL CRIMEN

«Buscaba un sitio donde esperar al alcalde. Cuando encontré el lugar que me parecía bien y vi la presencia de piedras en la carretera, porque es una zona donde siempre caen, me dije: 'Pues ya está'. Y me puse a esperar (...)».

«Puse varias piedras de tamaño tipo carpeta. Me escondí. No comí ni bebí nada en el tiempo en que estuve esperando. Pasó un coche y las retiró. Las volví a poner. Observé cómo el alcalde casi se sale a la cuneta al llegar al sitio. Salió, quitó un par de piedras y, ya volvía a su vehículo, cuando yo salí por detrás del coche. El alcalde se encontraba al lado de su Mercedes, en la parte del conductor. Fue entonces cuando le disparé a unos cinco metros. Le di de costado o de frente. El tiro dio también en el vehículo y se rompió un cristal. Grima cayó al instante muerto».

Ha sido un eco viejo éste del disparo, como de furtivo. Y allí en la curva a Santiago se le sale el corazón que le aporrea en el pecho y Miguel yace tumbado con el suyo -dirá luego la autopsia- reventado en dos.

Hace mucho frío. Pero Mainar arde en el infierno.

El lugar donde confesó haber asesinado a Grima era como un cajón lleno de trastos dado la vuelta, un bazar intimísimo tiznado de sangre. Aquí y allá.

Los investigadores hallaron unas gafas con las varillas de color azul, «minúsculos» fragmentos de cristal verde procedentes del coche, un zapato de cuero marrón, una colilla, tres cartuchos «húmedos» que quizá no tuvieran nada que ver con el crimen y una lata de cerveza, burlona, marca San Miguel.

El cadáver del alcalde se encontró rodeado de «maleza, matorral y ramaje», con la cabeza más próxima a la carretera que los pies y tumbado sobre el costado derecho.

La ropa presentaba un total de 13 orificios, según el Instituto Nacional de Toxicología. El pecho de Grima, en su lado izquierdo, mostraba tres impactos fruto de un solo disparo certero hecho con una escopeta de postas.

LA HUIDA

Santiago ya tiene su vecino muerto y hay un reloj de arena dado la vuelta que indica que algo hay que hacer. Y pronto. Porque, con el cuerpo de Grima aún en la pista, las luces del vehículo que viene desde Majones son como un puñal de incertidumbre.

Es Iñaki, médico de San Sebastián, que se dirige ajeno a todo a Fago acompañado de su pareja. Ve el vehículo y se detiene sigiloso a unos 10 metros.

Santiago es un camaleón y ya es otro: lleva un frontal de luz azul en la cabeza, como un espeleólogo. Hace ademanes para que continúen la marcha. Cambia la voz, una voz que «sonaba como arroncada», dirán luego los que la oyeron. Gesticula con el brazo como un guardia civil de tráfico.

- ¿Qué pasa?

- Siga, siga su camino. Siga su camino.

«A Grima le agarré por la muñeca hasta el otro lado del arcén, arrastrándolo, y lo dejé caer pendiente abajo. Cogí su coche y me marché. Dejé la escopeta en el asiento del copiloto. Giré en el cruce con la Nacional hacia la izquierda, pensando dónde dejar el vehículo. Cuando vi una pista en el lado izquierdo [a unos seis o siete kilómetros del lugar del asesinato], me metí y lo dejé allí aparcado al lado de un árbol (...)».

«Regresé andando por el monte, en paralelo a la carretera, al principio con el frontal encendido. Serían las 22.30 horas. No me crucé con nadie de camino al pueblo... Primero fui en dirección a la iglesia hasta llegar a la altura del puente que va a la panadería. Desde la panadería hasta Fago tardé unas cuatro horas andando (...)».

«Me quité la cazadora y la metí con la escopeta en la bolsa, y todo lo dejé a unos 100 o 200 metros del cruce de Villarreal de la Canal, junto a un boj. Cuando llegué a casa me metí en la habitación. Cansado de todo, para intentar descansar».

Se acuesta muy tarde. Se levanta muy pronto. Trastornos de estrenar el primer día de tu vida como asesino.

En el saloncito de casa hay un hombre solo a oscuras. Que espera. A que amanezca. A saber qué hacer.

Santiago se va a Zaragoza a las 8.30 horas a por un remolque al que le faltan las luces y un intermitente. Vuelve al pueblo y come solo, siempre solo, siempre dando vueltas a la sopa fría, obsesionado con lo mismo en vida y en muerte. La tele habla sola.

Hay dos actos que cierran la obra y hacen que caiga el telón en este teatro sin público: primero Mainar quema en casa el pantalón, el jersey y los zapatos; después va a a recoger bajo el viejo boj la bolsa donde está la escopeta, y la mete en un camión con matrícula extranjera que hay junto al restaurante Amaya, en Puente la Reina.

«Se trata de un tema personal, todo surgió de forma espontánea, sin tenerlo pensado ni comentado con nadie. Si alguna vez hubo alguna persona que me dijo de hacer alguna cosa, yo siempre le decía lo mismo: 'Hay otros cauces'».

LA VIUDA

Celia Estalrich, la compañera de Miguel, enmudeció el día en que lo mataron, se tragó las llaves de casa y hoy aguanta como puede tras la vidriera, entre visillos, en aquel pueblo donde varios vecinos, cuentan, celebraron en público la muerte de Grima en presencia de la viuda el mismo día en que lo hallaron tirado como un perro.

«Estuve a punto de irme con él, pero tenía que dar de cenar a dos clientes de la casa rural. También estuve a punto de decirle que no fuera a aquella reunión si no tenía ganas».

Nunca hasta ahora se había conocido palabra de Celia, siempre candado en boca, y lo que llega lo sabemos por su declaración sumarial, que destila memoria y sueños rotos.

«Miguel era muy detallista y precavido, reivindicativo y muy exigente, honesto, muy pasional, con principios morales... Ultimamente no me contaba los problemas vecinales para no disgustarme. La primavera pasada había pensado ya no presentarse como alcalde, salir de Fago, irnos a Hecho».

Los investigadores barajaron todas las cartas, pusieron los nombres del pueblo boca arriba y preguntaron a Celia de quién se podía sospechar, quién podría querer matar a Miguel.

En su desgranar de candidatos, Celia citó exactamente a 16 personas, 16 madejas para empezar a tirar y buscar la punta del hilo.

En el sumario, las referencias a Mainar que cita Celia ocupan nueve líneas. Son las siguientes: «No habla con nadie, va de la casa a la cuadra y de la cuadra a la casa. Tuvo problemas con Miguel a cuenta de los vertidos del ganado, ya que los echaba directamente al río, y con los animales muertos, porque los dejaba caer cerca del depósito de agua. Pinchó la manguera de abastecimiento [de agua] del pueblo para su beneficio. Además tuvieron otros conflictos, porque había montado una casa rural sin licencia de apertura ni de obras. Sigue con su casa rural, pero ahora está dada de alta desde el verano».

«No habla con Miguel porque no se atreve, pero sí comenta cosas contra Miguel en la calle con otros. Es una persona extraña y reservada».

EL COMIENZO

Quién lo iba a decir, asesino y asesinado eran una piña hace décadas. Santiago trajo a Miguel a aquel pueblo que era como una postal. Se conocieron porque la mujer de Grima era amiga de la cuñada de Santiago. Pasaron ciertas cosas. Y Caín le dio la espalda a Abel.

«Al principio teníamos una estrecha amistad. Yo me siento responsable de que Grima haya venido al pueblo», sostiene Mainar. «Cuando apareció por aquí le llamaban el Moro y todo el mundo se reía de él. La relación se rompió en 1988, cuando me llegó una carta certificada en la que decía que un caballo y un poni míos producían malos olores. Luego, como alcalde, empezó a cambiar todas las leyes».

Hubo decenas de desprecios que no caben en estas líneas. Tres días antes del crimen se cruzaron por la calle por última vez.

No se miraron ni a la cara.

LAS PRUEBAS

Las diligencias de los investigadores concluyeron que el crimen tuvo lugar entre las 21.30 horas y las 21.40 horas del 12 de enero, que existía «cierta dosis de premeditación» y evidenciaron varias pruebas que apuntaban inmisericordemente a Mainar.

Santiago declaró voluntariamente dos días después del crimen, el 14 de enero. Aquella jornada relató que hacía ocho meses que no disparaba escopeta alguna, que aquella noche maldita estuvo enfermo sin salir de casa y que, tras enterarse del asesinato de Miguel, notó «un bajón en el estado de ánimo».

Volvió a hablar con los agentes el 23 de enero. Preguntado por ello en esa sesión dijo que sí, que era verdad, que echaba «en falta algunas ropas», en concreto un jersey. Pero nada más. Se trataba de aquel que quemó junto a otras prendas el día posterior al que liquidó a Grima.

Hay tres pruebas que incriminan a Mainar de forma apabullante y hacen que cante y se desmorone como un castillo de arena al primer lengüetazo de mar.

Las pruebas de disparo plomo-antimonio-borio que se le hacen en las manos [los restos duran hasta cuatro días] dicen que fue él. Las muestras de ADN que se hallan en el volante del coche de Grima, en la caja de cambios y en el freno de mano coinciden con las del ganadero desquiciado. Los restos de sangre en la zona cero también son suyos.

A Santiago le ponen un flexo el 2 de febrero, le registran la casa desde las 14.32 horas hasta las 21.40 horas, le hacen mil preguntas diferentes y acaba derrumbándose como un muro de ladrillos sin enyesar.

«Fui yo. Les cuento. Ese día comí solo...».

EL ENROQUE

Justo el día antes de retractarse y cambiar radicalmente su declaración en el juzgado el 4 de febrero, Mainar volvió a reconocer que había sido él y hasta llevó a los agentes al lugar donde inicialmente escondió la escopeta. Sería la última vez que asumiría la autoría.

Tanto el día 4 como el 7 de febrero, el ganadero solitario se desdijo de todo lo dicho anteriormente. Y ambos días trató de hacer encaje de bolillos con su yo culposo de hacía tan sólo unas semanas.

Dijo Grima que todo lo había dicho «para descargar de tensión al pueblo» y la gente pudiera «vivir en paz», que lo de los restos de disparo en sus manos era porque habría agarrado en el monte alguna rama impregnada de pólvora, que lo de su rastro biológico dejado en el coche del alcalde era porque una vez se coló en el Mercedes de Grima -que se hallaba vacío y con las llaves puestas- para moverlo, dado que le impedía el paso a su nave.

EL PRESENTE

En el pueblo han elegido nuevo alcalde, la aldea ocupa ya por méritos propios un lugar de lujo en el imaginario rural colectivo y hay dos hombres menos en un lugar hermoso de frío y niebla en el que no nace un crío ni a tiros.

Si el odio es el motor del mundo, Fago ha estado rugiendo, aislado en la montaña, sin que nadie oyésemos nada. Hasta el trabucazo aquel.

- ¿Y usted por qué se queja tanto del alcalde? -le preguntó un periodista un día de esos en que Mainar iba a los micrófonos como abeja a la miel.

- Eso es como preguntarle a un judío superviviente de Auschwitz que le cuente su experiencia en dos minutos.

En la prisión de Zuera, donde está encerrado Santiago, va a tener todo el tiempo del mundo.

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