AMAYA GARCIA
MADRID. - No era la primera oposición a la que se presentaba, pero, sin duda, la que hizo ayer no la olvidará nunca. Carmen Chía, que cumplirá 30 años en unos días, se examinó ayer para una plaza de técnico informático de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) en una habitación del hospital La Paz. El motivo: Pablo, su segundo hijo, que vino al mundo el pasado jueves.
Carmen echó la instancia para acudir a la prueba el pasado mes de junio. Cuando se dio cuenta de que la última semana de embarazo coincidía con las fechas del examen, mandó una carta para saber si tenía oportunidad de aplazar o cambiar el día en caso de coincidir con el parto. «Salía hoy de cuentas». No tenía ni idea de que circunstancias como la suya se tenían en cuenta en estos procesos. La sorpresa llegó el viernes por la mañana, ya con su segundo hijo, que pesó 3.800 kilos, en brazos. «Me llamaron para decirme si podría hacer el examen en el hospital, que el tribunal se desplazaba hasta aquí». Era el tercer intento para lograr la plaza. «Estaba muy cansada, pero no podía decir que no». Mientras ella contestaba a las preguntas en la cama del hospital, el resto de aspirantes lo hacía en la Escuela de Ingenieros de Caminos de la Politécnica. Se hizo simultáneamente en uno y otro escenario y en las mismas condiciones.
Carmen podría ser la primera persona que realiza el examen de unas oposiciones en la cama de un centro médico. «No sé si seré la primera, pero para mí va a ser inolvidable», decía por la tarde.
Si para Carmen era una situación inusual, para los miembros del Tribunal no lo era menos. «Le preguntamos que si tenía algún problema o se sentía mal, interrumpiríamos el examen y luego le daríamos un tiempo de prórroga, pero nos dijo que se encontraba bien», explicó Sixto García, miembro del tribunal.
Según dijo, era la primera vez que ocurría algo así, quizá porque otros casos «no nos los notificaron porque mucha gente no sabe que situaciones como ésta están previstas en la resolución rectoral». Carmen no sabe si aprobará, «pero la anécdota se queda para toda la vida».
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