TOM BURNS MARAÑON
Las bombillas de bajo consumo representan casi la mitad de las que tengo en casa. Estoy acostumbrado al hecho de que iluminan menos que las bombillas convencionales y por eso las evito para afeitarme y para leer. Pero no soy tan cretino y creído como para pensar que por utilizar las caras eco bombillas estoy solidariamente poniendo mi granito de arena para evitar un inminente cambio climático. Las compré porque duran mucho y a larga me ahorran dinero. Con lo que sí tengo problemas es con la hipócrita desfachatez de Angela Merkel que, de buenas a primeras, lanza un diktat que nos prohibe a los 493 millones y pico que formamos la ciudadanía de la UE el uso, si es que nos entra en gana, de las bombillas de toda la vida. En Alemania, el verano pasado, la señora Merkel puso la primera piedra de lo que será la mayor central térmica de carbón del mundo y hace unas semanas, a petición de DaimlerChrysler, BMW y Porsche, consiguió rebajar los límites de emisiones de dióxido de carbono que Bruselas quería imponer al sector del automóvil.
Me irrita la condescendencia de Merkel -«creemos que cada individuo puede hacer una contribución genuina con un uso responsable de bombillas y de lámparas»- y considero que su iniciativa es una intolerable intromisión en la iluminación de mi espacio privado. Me imagino que quienes tendrán serios problemas con esta penúltima idiotez europea para el tendido de los políticamente correctos serán los sevillanos que esperan ya ansiosamente la noche del pescaíto y, a las doce en punto, el esplendoroso fiat lux que entre vítores da comienzo a su Feria de Abril. ¿Se imaginan ustedes el alumbrao de los 350.000 farolillos equipados con bombillas de bajo consumo que tardan una eternidad en dar algo de luz? La pitada llegará hasta Merkel en Berlín.
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