¿Se deben prohibir los anuncios de Armani y Dolce & Gabbana? SI
Una de las consignas favoritas de los publicistas es esa de que ellos no trabajan para cambiar el mundo, sino que se limitan a reflejarlo con el fin de vender sus productos en un determinado mercado. De ahí que hasta hace muy poco tiempo prácticamente todos los anuncios de detergentes exhibieran amas de casa sin más preocupación que la de dejar bien blancas las camisas de sus esposos, todos los consumidores de cerveza de la pequeña pantalla fueran varones y todas las que arrastraban el carrito de un supermercado, mujeres. Hoy en día los creativos se han adaptado a la realidad social y, entre auténticos prodigios de tecnología, reflejan un universo más paritario, con papeles domésticos equitativamente repartidos entre los sexos y funciones laborales similares, si bien es verdad que las mamás siguen estando más presentes que los papás y los coches tienen muchos más pilotos masculinos que conductoras. Pase. Aceptemos que, como ellos mismos alegan, no les pagan por influir en el subconsciente colectivo con el fin de liquidar siglos de machismo, sino por engrosar la cuenta de resultados de la empresa que les contrata, incitando al personal a comprar lo que aparece en el spot. Aun así, no todo vale con tal vender. No todos los límites se pueden traspasar. Existen barreras infranqueables.
Hay millones de formas distintas de apelar al deseo de un/a consumido r/a en relación con unos vaqueros y una camiseta: se puede recurrir al erotismo, a la seducción, a la conquista, a la comodidad, a la juventud, a los vigentes cánones de la belleza, a la simpatía, al éxito social y/o profesional, a la fantasía, al cumplimiento de sueños como viajar a lugares mágicos, al glamour... Podría seguir enumerando hasta el infinito los múltiples modos de enfocar una campaña para un producto tan fácil de comercializar como el descrito, y todos serían válidos. Todos menos uno: la incitación a la violencia; esa invitación más o menos sutil a despertar a la bestia que llevamos dentro contenida en la campaña de Dolce & Gabbana.
Lo peor del cartel que ha sido felizmente retirado es precisamente su ambigüedad. El hecho de que un abuso de fuerza física en toda regla (un hombre musculoso de torso desnudo que mantiene inmóvil en el suelo a una mujer espectacular, sujetándola por las muñecas) sea presentado como una situación atractiva y tentadora, que tanto el agresor como su víctima parecen disfrutar por igual. El peligroso juego de asociación de ideas y emociones que se desprende de la escena: el chico domina a la chica ante la atenta mirada de sus cuatro amigos (que tal vez estén esperando turno), ella goza con esa dominación, ambos son hermosos y seductores... y visten ropa carísima de marca pija. Una auténtica bazofia que ha escandalizado a asociaciones de publicitarios, de fabricantes de moda y de defensa de los derechos humanos en todo el mundo.
Y es que lo que sugieren Domenico Dolce y Stefano Gabbana en ese cartel que consideran «artístico» es algo que sucede en la realidad de manera cada vez más frecuente y por consiguiente alarmante. Un 46% de los europeos cree que las agresiones sexuales obedecen en alguna medida al comporamiento provocativo de las mujeres. En España 1.800.000 mujeres sufren maltrato psíquico y físico de su pareja y entre ellas las menores de 25 años han aumentado en un 130% desde 2001. Los expertos alertan de que mientras entre las féminas adultas se consolida una actitud de rechazo abierto a cualquier tipo de agresón, el número de muchachas de entre 16 y 18 años que aguantan una bofetada o algo peor con tal de salvar su noviazgo crece de forma preocupante. Los estudios demuestran que ellas mismas responden a un toque con otro golpe similar, y caen en una espiral de violencia en la que la parte más débil lleva todas las de perder a largo plazo. Pero ni unas ni otros identifican esas conductas con malos tratos... hasta que ya es demasiado tarde. ¿Será por eso que los citados modistos nos anuncian para la próxima temporada un trabajito similar al que estamos glosando, con la chica en el papel de hembra dominadora sobre el chico y éste sometido a su poder, besando el polvo? ¿Pensarán seguir forrándose a costa de reflejar lo más abyecto de nuestra realidad social?
No con mi dinero, desde luego. Bastante publicidad han conseguido ya con esta estrategia de la provocación que nos ha llevado a todos a entrar al trapo. No seré yo quien gaste un euro en una marca que recurre a una lacra como la de la violencia machista para vender pantalones vaqueros. Y si se marchan de aquí porque se les censura... ¡Puente de plata! En España hay magníficos diseñadores con imaginación, talento y buen gusto.
SI
Isabel San Sebastián es periodista, columnista de EL MUNDO y escritora. Es autora de obras como
La Visigoda
y
Cuentos de María la Gorda