Las Ramblas / Finito, El Fandi y Gallo.
Seis toros de Las Ramblas con evidentes indicios de manipulación en las astas, justos de trapío, manejables y con movilidad. Los mejores, tercero y sexto.
Finito de Córdoba: protestas (tres pinchazos echándose fuera, cuatro descabellos, aviso; pinchazo hondo, nuevo aviso, y tres descabellos) y silencio (bajonazo). El Fandi: silencio (estocada baja y descabello) y oreja con petición de la segunda (media atravesada y descabello). Eduardo Gallo: silencio (bajonazo en metisaca) y aplausos (pinchazo y estocada).
Coso de la Calle de Xátiva, noveno festejo lleno en tarde agradable.
VALENCIA.- No debiera decirlo porque, a lo peor, algunos me tachan de antitaurino y de hacerle el juego a la ministra Narbona, hija, por cierto, de un buen escritor taurino. No debiera decirlo, pero lo digo: ayer la corrida fue un espectáculo atroz desprovisto de grandeza. Si la Fiesta ha de ser esto o cosa parecida, que se vaya al carajo.
El primer toro de Las Ramblas estaba afeitado hasta las cepas y se dejó el cuerno izquierdo contra un burladero; o sea que se descornó pues los pitones se los había rebanado antes una criminal mano. Negra suerte la de algunos pobres animales. Primero los afeitan con nocturnidad y alevosía en el recodo de algún camino o en una finca confortable; luego, peones incompetentes los estrellan contra un burladero; y, por último, Finito de Córdoba, Juan Serrano en sus tardes de gloria y Finito de Sabadell para las de desastre, que son casi todas, lo acribilla a horrendos sablazos. Y no ocurre nada; ni se incendia la plaza ni viene la Guardia Civil y se lo lleva esposado al cuartelillo.
A los toreros les sobra irresponsabilidad o seguridad en sí mismos, y a los públicos resignación y paciencia. A Finito de Sabadell había que haberle despedido a almohadillazos, y no sólo por esto, sino por la displicente vulgaridad que derrochó en el cuarto. Uno empieza a estar harto de la buena educación en plazas de toros y teatros y echa de menos las broncas y los pateos que muchas veces se merecen faenas y estrenos. En toros, cuando las razones reglamentarias y artísticas fallan, siempre le queda al público la razón emocional de abroncar a los toreros o cercar el palco presidencial. Pero el público ha abdicado de sus derechos y del ejercicio de la protesta estruendosa. Así no vamos a ninguna parte.
El Fandi es torero de una sola suerte: las banderillas. Con el capote, a veces, tiene un pasar, pero la muleta la maneja, hecha un rebuño, como si fuera una rodea para limpiar la cocina. Así que, pudiera arbitrarse alguna fórmula o manera para que El Fandi sólo banderillease, sin menoscabo por supuesto, de sus legítimos honorarios.
Por ejemplo, podría banderillear los seis toros y ceder la muleta a los compañeros de cartel. O poner 10 o 12 pares de banderillas si los toros aguantan sus carreras de atleta y, luego, tras un par de muletazos testimoniales, entrar a matar. Ayer la gente lo jaleó como a un ídolo y menos mal que el palco presidencial se encastilló y no le dio la segunda oreja.
Cuanto más se cerraba el presidente en su negativa orejera, más pañuelos y más jaleo para la segunda oreja de El Fandi. La gente de los toros, los forofos, son así. A lo que sé y he podido comprobar, lo más parecido a un líder político es un líder taurino, y El Fandi, pese a todos mis reparos, lo es; y lo más afín a los seguidores de una figura son los seguidores de un partido político. Ambos prescinden de la razón crítica en favor de serviles pactos de colaboración y asentimiento.
Esa relación de vasallaje se extiende también a la tribu intelectual y periodística. Todos, toreros y políticos, quisieran tener un crítico o un exégeta en exclusiva. Después, tal como respiran por sus heridas algunos coleguis e ilustrados a la violeta, acabados los servicios prestados y las propagandas, les pegan una patada en el culo y los dejan con el ídem al aire.
Eduardo Gallo es torero de buen corte, aunque si sigue tan despegado y frío, es posible que el futuro se le complique de forma irreversible. También fue partícipe ayer de una parte de las atrocidades que ocurrieron en el ruedo. Tras la ejecución sumarísima de su primer toro, en la modalidad asesina del metisaca infame, también había que haber llamado a los civiles.
Y, en cambio, una parte nada desdeñable de la plaza le pidió el premio de una oreja. Eduardo Gallo había muleteado con despegada pulcritud y con cierto estéril empaque. Es decir que no debió de ser la excelencia de su toreo lo que impulsó a una considerable minoría, próxima a la mayoría, a pedir la oreja; acaso fuera la espectacularidad de la muerte súbita del animal fulminado por un rayo invisible.
De lo cual se deduce que no siempre la razón de los votos y de los pañuelos es una razón incuestionable, aunque sea vinculante y fundamento moral y legal de un derecho plebiscitario. Lo que ocurre es que los plebiscitos en los tendidos están viciados y no es oro todo lo que reluce. En eso algo tienen que ver los toros con la cosa política. Algo más podía haber lucido y relucido Gallo en el manejable sexto, pero ya la suerte atroz estaba echada definitivamente.
Hijos que nunca matarán al padre
Freud dijo que hay que matar al padre, aunque no es necesario tomárselo al pie de la letra. Yo creo, por el contrario, que es deber de un hijo honrarlo y reverenciarlo. Hay distintas maneras de honor y honra. Prolongar un apellido torero como el de Teruel y Palomo Linares, es una de ellas, y gracias a la cual se engalana una estirpe.
O se oscurece, que nunca se sabe. Ayer, en la novillada matinal, torearon Raúl Martí, Angel Teruel y Sebastián Palomo Linares. Pueden ustedes estar seguros de que ninguno matará al padre, ni siquiera en el sentido metafórico de oscurecer su fama y superarla, que es por donde hay que coger a Freud. Teruel padre, seguirá siendo Angel Teruel, buen torero madrileño; y Palomo Linares padre, seguirá siendo Palomo el de un rabo en Las Ventas.
Sebastián cortó una oreja y tiene madura sazón de torero hecho. Aunque no creo que llegue a la fama que hizo célebre al progenitor: quizá funcione en esto con cierta solvencia. Respecto a Raúl Martí, de Foios, que también cortó una oreja, yo saludo en su discreto triunfo a todo el pueblo de Foios que tiene cosas y personas de mucho mérito, entre ellas, El Soro, a cuyo homenaje del otro día me sumo ahora en plena convicción y sincera admiración.