O. LLUIS COMPANYS. 17.500 ESPECTADORES.
ESPANYOL 1
LEVANTE 1
Arbitro: Megía Dávila
Tarjetas amarillas: Berson, Serrano.
Goles: 0-1: Reggi (min. 13). 1-1: Luis García (min. 18).
BARCELONA.- Cuando ningún equipo quiere ganar, lo más probable y justo es que el partido termine en empate. Lo extraño es que Espanyol y Levante consiguieran marcar un gol cada uno. Visto lo de ayer en Montjuïc, la infumable hora y media con que hostigaron al paciente público y al sufrido telespectador, es toda una proeza que se celebraran dos tantos. ¿Y todo para qué? Para nada.Al Espanyol, este empate sólo lastra su ambición de luchar por un billete europeo; al Levante, le sirve para continuar una jornada más bordeando el alambre.
El síndrome posteuropeo consiste en una tremenda fatiga física, un embotamiento de las ideas y una inexplicable apatía por todo lo que sea correr tras un balón sobre el césped. Es una dolencia de la que ningún equipo que haya jugado un partido de Champions o de Copa de la UEFA se libra, salvo que el entrenador decida restaurar su alineación con savia nueva. Ernesto Valverde decidió no hacerlo, y condenó a los suyos a sufrir durante todo partido el temido síndrome.
Por eso el partido fue una tortura, y también porque el Levante decidió que le apetecía ese juego entrecortado, atropellado a veces, trufado de imprecisiones. No en vano, Abel Resino había ubicado a un triple pivote para evitar que el Espanyol, es decir De la Peña, hiciera llegar balones a su afilada línea ofensiva.Durante muchos minutos lo consiguió. De la Peña sufría un marcaje al hombre en cuanto tocaba el cuero, y los centrales se veían obligados a pelotear arriba, saltándose un centro del campo impracticable.
El Levante supo atenazar con solvencia a los pivotes blanquiazules y el enganche de éstos con las bandas en los primeros minutos.Se posicionó mucho más arriba de lo esperado y pronto obtuvo, regalado, su botín. En una jugada ofensiva azulgrana sin peligro, Riera quiso apoyar a su línea defensiva. No se le ocurrió otra que despejar de cabeza el balón atrás, un pelotazo inesperado que quedó franco para que Reggi, desde el interior del área, rematara de volea el primer gol del partido.
El choque se ponía franco para el Levante, que veía con disfrute cómo la empanada de su rival podía granjearle un soplo de aire fresco a su enturbiada situación en la Liga. Sólo cinco minutos duró su alegría. En uno de los balones rifados arriba del Espanyol salió premio. Jarque centró alto, desde la divisoria a la frontal del área de Molina. Riera pudo practicar un control orientado ante Manolo, se encontró con Molina y cedió con maestría el balón a Luis García, que se encontraba solo a su derecha y sólo tuvo que empujar.
Desde entonces y hasta el descanso el Espanyol despertó, se dio cuenta de que se estaba jugando mucho, tanto como acercarse a apenas un partido de la zona europea, pero el síndrome tan sólo le permitió hacerse dueño del balón e intentar sin éxito echar sus líneas hacia arriba. Tamudo casi ni buscó el balón, Luis García estuvo intrascendente y Rufete nada profundo. Sólo Riera, primero villano y luego héroe, aportaba peligro a base de centros.Mientras, el Levante se confiaba a Reggi, quien se doblegó de mala manera la rodilla tras una caída y perdió toda su pólvora.
El segundo tiempo fue un atraco, una falta de respeto al fútbol y a los aficionados. El Espanyol ni siquiera disparó a puerta, y el Levante se limitó a destruir y a esperar sin éxito que volviera a sonar la flauta.