Lunes, 19 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6301.
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Abrigamos muchos prejuicios si no dudamos, alguna vez, de todo en lo que hallemos la menor sospecha de incertidumbre (Descartes)
 COMUNICACION
EL VOYEUR
Todo por la pasta
CARLOS BOYERO

Observo con pasmo a una señora rubia que se llama Gema y cuyo interés público se debe a algo tan trascendente como que en el pasado estuvo casada con uno que fue ministro, dama de expresividad y oratoria patéticamente inane, que va a desvelar a toda España (el ampuloso maximalismo de las folclóricas del vertedero del corazón es tragicómico, pero la demencial audiencia que alcanzan sus grotescas comparecencias parece justificar tan egocéntrica certidumbre) si continúa o rompe con un novio celoso y racial que se llama Rafael.

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Corto con el castigo y el pasmo de observar la estulticia. Y siguiendo la bendita pista a todo lo que lleve la impagable firma de HBO, responsable de la mejor televisión que existe, me dispongo a saborear los últimos capítulos de la extraordinaria serie Roma, algo que no alimenta el morbo ni la idiotez, pero que es inmejorable para el ojo, el oído y el alma.

Lo que describe es intemporal y siempre estará de moda, aunque ocurriera hace más de 2000 años. Habla de la permanente lucha por el poder. También del control del Imperio Romano sobre sus bárbaros vasallos. Si en La Galia se ponen respondones y ello implica que el ancestral saqueo puede peligrar, las legiones les aplastan. A Julio César tampoco le importaba demasiado si en Egipto el trono debía de ocuparlo el niño Tolomeo o su lúbrica hermana Cleopatra (antes de conocer los opiáceos poderes vaginales de la ninfómana dama, por supuesto) sino el infinito y gratuito suministro de trigo que representaba para Roma el exótico reino de los faraones. En nombre de ello, Roma podía invadir, alentar una guerra civil, reventar de sangre a Egipto. Que afán el de la Historia por repetirse con tanta lógica como impunidad.

Hay movidas en todas las ciudades protestando por los cuatros años de sangría que montaron los cínicos en nombre de aquellas armas químicas que sabían que jamás existieron. Los manifestantes con conciencia de clase y de raza se quejan de que casi todos los soldados norteamericanos muertos eran hispanos pobres o negros del gueto intentando buscarse la vida. No hay hijos de congresistas ni de las clases instaladas en la lista de bajas de guerra tan patriótica. Normal.

También veo una grabación en la que un iraquí se mete debajo de un tanque norteamericano para colocarle una bomba. Y recuerdo las dudas de Michael Corleone en El Padrino 2 a invertir en Cuba, después de observar cómo un revolucionario castrista se inmola embistiendo con una granada contra un militar de Batista. Hyman Roth se mosquea con su atemorizado socio. Éste le responde: «El soldado cobraba por hacer su trabajo y el revolucionario no. Resultado: los segundos pueden ganar».

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