Lo nunca visto en Broadway: dos adolescentes explorando descaradamente sus intimidades, iniciándose sin pudor en el sadomasoquismo y amándose explícitamente en un claro de carne y bosque. En Spring awakening asistimos también al despertar de la homosexualidad, al tabú de los abusos, al dilema del aborto y a las consecuencias sangrantes de la represión cuando la vida estalla por los poros.
Los chavales encajan los golpes prematuros y se vuelcan hacia los espectadores buscando cómplices. Escupen rabiosamente canciones como ¡Totalmente jodido!, La perra vida o Tócame. Se dejan arropar a las espaldas por una banda de garaje y provocan una descarga hormonal que recorre como un calambrazo el patio de butacas.
Todos, o casi todos, salen de allí con 20 o 30 años menos, viajando mentalmente a las tribulaciones de su propia adolescencia. Spring awakening (El despertar de la primavera), inspirada en la obra prohibida del dramatugo alemán Frank Wedekind allá por 1891, vuelve a tener a estas alturas algo de rito iniciático y ésa es seguramente la clave de su éxito, más la provocación de tanta carne trémula.
Melchior (Jonathan Groff) desbroza el camino con un impactante número -para los cánones de Broadway- en el que se masturba fogosamente bajo un babi, inspirado por un coro angelical de bailarinas. Wendla (Lea Michele) le pregunta a su madre -y al espejo- que le cuente toda la verdad sobre el sexo.
Chicos y chicas viven en dos mundos descerrajados por las barreras, los uniformes y las correas. Estamos bajos los rigores prusianos de finales del siglo XIX, pero todo palpita con rabiosa actualidad en la rebeldía de Moritz, en la homosexualidad de Hanschen y Ernst, en las escapadas de Ilse...
Con un plantel de jóvenes semidesconocidos entre los 17 y los 22 años, música y letra de Duncan Sheik y Steven Sater (considerados ya como el nuevo dúo prodigio) y la batuta de Michael Mayer como maestro de escena, habría que remontarse a Rent para hablar de un fenómeno comparable.
«Un disparo directo de erotismo: Broadway nunca volverá a ser el mismo», dice la crítica del New York Times. «El mejor musical en una generación», sentencia el New York Observer. Todo hace pensar en una campanada en las nominaciones de los Tony, y ya se habla de la película.
Como Rent, Spring awakening inició su andadura en el Off Broadway y logró la consagración el pasado otoño, cuando la productora Ira Pittelman (de Atlantic Theater) decidió que había llegado el momento de dar el salto sin red «a la captura de una audiencia mucho mayor».
Muchas obras siguen la misma senda y se estrellan a la primera función. Algo tiene Broadway que intimida: la frescura inicial se pierde por el camino y todo resulta demasiado aparente, como calculado para ese público de cincuentones y turistas que acuden diariamente al reclamo de los musicales.
¿Pretendida improvisación?
El gran secreto de Spring awakening es tal vez que no ha madurado, o que ha crecido en todo caso lo suficiente para quedarse ahí, en la tibia línea divisoria entre adolescencia y la juventud. Todo tiene un aire de pretendida improvisación en el Teatro Eugene O'Neill, desde la banda de rock al patio de butacas que invade el escenario y donde toman resuello los lozanos actores.
«Hemos querido ser fieles en todo lo posible al espíritu adolescente, intentar que lo que vemos y oímos resuene en nuestras propias vidas», afirma el autor del libreto, Steven Sater. «La sexualidad es un elemento importante, que siempre ha estado detrás de los traumas de la pubertad. Hemos decidido no esconderla, pero tampoco explotarla».
El encuentro en el bosque de Wendla y Melchior, cantando a dúo La palabra de tu cuerpo, resume la emoción y la torpeza del primer encuentro amoroso como nunca antes en Broadway. La escena acaba con una bajada de pantalones, pero nadie salta de sus asientos.
El contexto ayuda a capear la tensión erótica, y también la música de Duncan Sheik, que saltó brevemente a la fama en 1996 con el single Barely breathing y que ahora cosecha parabienes como autor de una banda sonora directa como pocas. Hay baladas al más meloso estilo Broadway, pero también descargas furiosas como Totally fucked o The bitch of living, con remotas resonancias punk.
Sater y Sheik saben que la vida de la obra depende de la audiencia conservadora de Broadway, mas admiten su sorpresa por ciertas reacciones: «Nos escribió un chaval de 15 años diciéndonos que cada vez que escucha la banda sonora se pone a dar gritos y saltos en su cuarto».