JUAN BONILLA
Una de las más gratas y deliciosas costumbres de nuestra literatura es el volumen anual del Salón de Pasos Perdidos de Andrés Trapiello (Pre-Textos). El que se acaba de publicar ahora, La Cosa en sí, hace el 14. Inane es la discusión acerca de si lo que Trapiello ha ido tejiendo es un diario con todas las de la ley o no -en esto de la literatura, qué tiene que ver la ley-, y resulta superfluo que los especialistas en literatura de intimidades le reprochen que los textos de su libro sean reelaborados y no aparezcan tal y como él los fue anotando en su libreta cinco años antes de darlo a la imprenta: nada más ridículo que esa capacidad inquisidora de los salvaguardadores de un género porque el Salón de Andrés Trapiello es un maravilloso ejemplo -mucho más pletórico y consciente que los ejemplos que nos han vendido últimamente como muestras de la comunión de géneros- de cómo saltarse a la torera todas las convenciones, cómo ser más vanguardista que los hijos putativos de Goytisolo haciendo puro realismo, cómo ser más humorista que todos los viñetistas de este país, y cómo ser narrador puro y poeta en un solo texto.
Las fuentes que ofrecen caudal al Salón de Pasos Perdidos pueden proceder de cualquier parte, y no sería insólito que en su impresionante continente de miles de páginas pudieran espigarse una buena docena de libros distintos y unitarios: hay un libro maravilloso sobre el Rastro, otro que es una espléndida novela familiar, hay un libro de viajes, hay un libro de aforismos, hay otro de retratos literarios -con algunos momentos que obligan al lector a apartar el libro para que la carcajada no salpique sus páginas-. Pero lo sustantivo de toda la obra de Trapiello -que por desmadejada que parezca es tan perfecta en su estructura que permite que entremos en ella por cualquier puerta y nos quedemos visitándola sin necesidad de seguir un orden cronológico- es su capacidad para dotar de poesía y verdad todo aquello que va exprimiendo para aumentar el caudal de su Salón.
Agarrar la vida, sí, da igual que sea en el retrato de un personaje del Rastro o en las pequeñeces de la vida literaria, en el repaso de una figura histórica a la que algún día le haremos el honor que se merece (como Ramón Gaya) o en el relato de unos avatares familiares (un hijo que falsifica una firma) y gracias al cual nos arranca una emoción esencial.
Ése es todo el misterio del Salón de Pasos de Andrés Trapiello: por eso no cansa por mucho que sus temas sean unos pocos, y no sea él hombre que utilice su diario para contarnos minucias de grandes hombres. Porque lo que importa no es tanto aquello que le sirve para ponerse a compartir extrañezas, emociones o sensaciones, como la luz que utiliza para iluminarlas y hacérnoslas ver. La luz de un gran poeta, sin duda alguna. Un gran poeta que es también un genuino humorista, y un narrador de raza.
En La Cosa en Sí, Trapiello añade casi 800 páginas a su gran novela en curso. Es una de las obras mayores de la literatura de nuestro tiempo. Perder el tiempo tratando de averiguar a qué género literario pertenece es, sencillamente, no estar dispuesto a aceptar el regalo que el autor nos hace. Como toda obra verdaderamente mayor, inventa su propio género. Y sigue adelante dedicándose a lo único para lo que se avino a nacer: para agarrar la vida.
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