«Juntos podemos» era la frase. Con esas dos palabras pedían los jugadores del Real Madrid el apoyo de la afición para el partido ante el Nàstic. Pero lo que olvidaron los futbolistas es que, para pedirle algo a la gente, primero hay que ofrecer. Llegaba el Madrid al Bernabéu con el crédito obtenido en Barcelona, pero lo dilapidó en la primera parte. Frente a un rival con pinta de Segunda División, que jugó con un hombre menos desde el minuto ocho, el Madrid fue incapaz de marcar durante casi una hora. La bronca del graderío en el descanso ponía voz a un estado de ánimo devuelto de golpe al lugar donde estaba antes del Camp Nou.
Ganó el Madrid, sí, pero ningún externo a la plantilla y al cuerpo técnico -si es que alguno queda- apostaría un euro por este equipo en la lucha por la Liga. Y eso que tampoco los demás ofrecen una fiabilidad mínimamente digna. Pinchó el Valencia el sábado y eso otorga a los de Capello el tercer lugar de la clasificación. Ocurre que, con una jornada menos por disputarse, la distancia con el Barcelona sigue siendo de cinco puntos. Y más que los números, esa distancia se mide en sensaciones. No es lo mismo ver al Madrid ayer que al Barça el sábado, y eso que los de Rijkaard dejaron el brillo para otras ocasiones. Tampoco el Sevilla parece en condiciones de mejorar lo establecido, y ayer sufrió para superar al Celta en el Sánchez Pizjuán, pagando quizá el esfuerzo de pasar en la UEFA.
Un poco por detrás camina el Zaragoza, que se impuso en su estadio al Atlético de Madrid, un colectivo que suma cuatro derrotas consecutivas lejos del Calderón y para el que definitivamente parece cerrada la puerta de las grandes cosas. Diego Milito, sin embargo, sí enseña el camino a los suyos. / Págs. 7 a 12
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