CARLOS TORO
Josep Lluís Carod-Rovira ha estado en la sede del Comité Internacional Olímpico (CIO) para pedir a Jacques Rogge, presidente del alto organismo, que ponga buena cara a una competición complementaria de los Juegos Olímpicos que reúna a los «países sin Estado». La frase, entre lastimera y orgullosa, casi mueve a la compasión de las almas sensibles. Suena a una especie de comunidad de apátridas forzosos, de desposeídos sentimentales dentro de una supraentidad opresora y sorda a la «voz de los sin voz». Y debe de entroncar fraternalmente con una de esas piruetas lingüísticas del tipo «realidad nacional», o «nacionalidad real», o como se llamase aquello.
Rogge sólo ha recibido por cortesía a Carod, a través de la caballerosa intercesión de un Juan Antonio Samaranch obligado a pagar un cierto peaje de catalanismo oficial. Para justificar su petición, Carod, conocedor de que la palabra «país» significa para el CIO «un Estado independiente reconocido por la comunidad internacional», ha apelado a la existencia de los Juegos de la Commonwealth y a los de la Francofonía, en los que territorios «sueltos» compiten junto a países enteros.
Los Juegos de la Catalanidad, de los «Países Catalanes», verían el desfile de Barcelona, Tarragona, Lleida, Girona, Andorra, la Seu d'Urgell y el Vall d'Arán. Quizás se unirían a la fiesta las Baleares, en cuyo Estatuto figura el catalán como idioma oficial. No hay que pensar en la Comunidad Valenciana, en donde hablan «valenciano» y siempre han mirado con alguna antipatía a su vecino del norte. Pero, para compensar tan sensible y presumible ausencia, la propia y cosmopolita Ciudad Condal podría tener una representación independiente y pluriétnica con deportistas de los barrios de Gràcia, el Carmel, el Guinardó, etcétera. Y, del mismo modo que en los Juegos de la Commonwealth se compite en deportes autóctonos fuera del programa olímpico (por ejemplo, el cricket), en los de la Catalanidad podrían figurar competiciones de castillos humanos en las que vigorosas y artísticas formaciones como los Chiquets de Valls y los Nens del Vendrell lucharían denodadamente por la medalla de oro.
Como se ve, el pensamiento nacionalista, en cualquiera de sus manifestaciones y en todas las latitudes, está lleno de universalidad y grandeza.
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