Samir Aita es director de la edición en árabe de Le Monde Diplomatique. Nacido en Damasco, en 1955, vive normalmente en París, pero viaja a Siria a menudo, ya que dirige una consultora de estrategia económica para los sectores público y privado. De su trabajo en Le Monde Diplomatique no saben nada en Siria. El prestigioso periódico que dirige no se publica en su tierra natal por cuestiones de libertad de prensa. Tampoco en el vecino Líbano. Pero la edición árabe sí que puede leerse en Egipto, Arabia Saudí, Kuwait, Qatar, Bahrein y los Emiratos Arabes.
Samir Aita viajó a Madrid la semana pasada, donde impartió una conferencia en la Casa Arabe y se ofreció a repasar para EL MUNDO la situación del conflicto en Oriente Próximo, desde Siria a Irak.
Pregunta.- Este año, Siria afronta retos como las elecciones legislativas y el referéndum presidencial. ¿Qué se juega el régimen de Bashar Asad?
Respuesta.- En mi opinión, el régimen está, de algún modo, inquieto por todos los movimientos que está viendo en la región. Las parlamentarias, incluso si los candidatos son aprobados por las autoridades, serán una ocasión para lanzar debates sobre economía y política. Y el régimen piensa que no es el momento de tener este debate. Por esta razón, no estoy seguro de que convoquen elecciones en abril, así que, probablemente, las pospondrán hasta después del referéndum, donde los sirios votarán por un único candidato: Asad.
P.- ¿Qué impide que haya otros candidatos a la Presidencia?
R.- Ningún estatuto dice que alguien no pueda enviar una carta al Comando General del Partido Baaz para proponerse como candidato. Pero nadie se atrevería a hacerlo. Tienen miedo. Ahí está el ejemplo de Michel Kilo, quien, sin ser contrario al Baaz, ahora está en prisión por tener opiniones diferentes sobre la Guerra del Líbano. Las personas que podrían ser candidatas han sido amenazadas para que no se presenten. Si yo fuera ellos, cualquiera que sea su lógica, pondría más candidatos, aunque el referéndum no sea realmente democrático, como hizo Egipto. Eso cambiaría la atmósfera política y suavizaría las presiones externas.
P.- ¿Y por qué no lo hacen?
R.- Porque no están cómodos. No entiendo que estén tan asustados. Si comparamos la situación de Siria con la del pasado reciente, entonces había muchos problemas en Irak, la retirada del Líbano... Ahora, tras el desastre de EEUU en Irak, el régimen sirio es más fuerte.
P.- En el vecino Líbano, algunos acusan a Siria de ejercer un papel desestabilizador.
R.- El problema del Líbano tiene dos caras. Una es el problema del propio Líbano. Otra es el problema entre Siria y Líbano. En ese país hay un viejo sistema político donde los líderes heredan el cargo de los padres y luchan por sus privilegios tomando a las comunidades como rehenes. Además, no hay Estado. Y todos los poderes extranjeros se benefician de ello, no sólo Siria. Desde el punto de vista sirio, el Líbano es el vientre de Siria. Hay relaciones históricas y complicadas entre ambos. Como las económicas, por ejemplo: el Banco del Líbano financió la economía siria durante tres décadas. Sin embargo, en política geoestratégica regional, quien gobierne en Siria estará feliz con un Gobierno estable en el Líbano. Ambos países están condenados a entenderse en vez de luchar en contra. Nadie quiere cerrar las fronteras, ambos sufrirían.
P.- ¿Qué opina de la crisis institucional por la que atraviesa el Líbano después de la guerra entre Hizbulá e Israel del pasado verano?
R.- El conflicto está tomando un rumbo confesional. Debe haber un modo para hacer que los suníes, representados por alguien, se entiendan con los chiíes y sus representantes. Pero entonces, ¿deben relacionarse confesión contra confesión o deben hacerlo sobre una base nacionalista? El problema del Líbano hoy es que el debate es sólo confesional.
P.- ¿Existe el riesgo de que suníes y chiíes se enfrenten abiertamente en la región?
R.- Ahora la región es más confesional que hace 10 o 15 años. Los chiíes están presionando por tener un rol más importante, porque sienten que han estado ausentes de la escena política. Pero este debate es equivocado. No podemos resolver hoy las diferencias entre suníes y chiíes del pasado. Debemos buscar otras bases, como el nacionalismo, la ciudadanía... Además, EEUU está jugando un juego sucio. Goza de una presencia militar en la zona y desestabiliza las fuerzas internas del mundo árabe por medio de la división de identidades.
P.- ¿Y qué consecuencias puede tener alentar esas divisiones?
R.- Oriente Próximo es como España. Fue una dictadura no hace mucho y tuvo una transición a la democracia. Era un país que estaba desarrollado y tuvo una buena transición hacia el desarrollo. Todo esto se hizo con la ayuda de los europeos, que funcionaron como fuerza estabilizadora que ancló España a un sistema regional. Al mismo tiempo, tenemos en España identidades muy fuertes: vascos, catalanes... No es como Francia, que es un estado centralista que ha logrado hacer desaparecer las identidades. Oriente Próximo es como España. Allí tenemos identidades muy fuertes, no sólo por religiones (suníes y chiíes), sino por competencias entre centro y periferia (como Alepo y Damasco, que serían un estilo de la rivalidad de Madrid y Barcelona). Si dejamos todas estas fuerzas solas y aparece una superpotencia que juega con ellas, puede hacer que toda la región explote. Ahora, en la zona no tenemos buenos procesos de transición del autoritarismo a la democracia y tampoco un esquema de integración razonable -como la UE- que pueda unir a todos. Así, las identidades son la prioridad: el islam, el regionalismo... Y nadie puede manejarlas, porque no hay un sistema regional integrador. Y eso es lo que se necesita: un esquema de integración regional fuerte.