Lunes, 19 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6301.
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Abrigamos muchos prejuicios si no dudamos, alguna vez, de todo en lo que hallemos la menor sospecha de incertidumbre (Descartes)
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Torre de arena
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS

Si los defensores del Gobierno no fueran los mismos que defendieron al Gobierno de Filesa y del GAL mediante el cómodo sistema de injuriar a los periodistas que se empeñaban en investigar y a la Oposición que osaba oponerse al Gobierno, hoy mismo advertiríamos un cambio en la política desinformativa sobre el juicio del 11-M. Y es que el jueves de la semana pasada, con la declaración de Sánchez Manzano, toda la versión oficial sobre la masacre no sólo quedó desmentida y hasta ridiculizada por quien debería haber sido su más elocuente y convincente defensor. Peor aún: muchos de los que siguen el caso sin prejuicios ni anteojeras quedarían convencidos de que hay que instruir cuanto antes las diligencias oportunas para procesar y juzgar a todos los que van apareciendo de forma cada vez más clara como cómplices de los autores de la masacre. Sin duda, como encubridores. Tal vez, y no cabe ya descartarlo, como coautores.

Porque este producto manzanoide, del olmo caído y del guindo a punto de caer, ha venido a corroborar lo que muchos ya habían deducido: que la mochila de Vallecas no fue vista por nadie en los trenes, pese a haberlos registrado concienzudamente, que no hubo cadena de custodia en lo que a los Tedax se refiere, que a nadie se le hubiera ocurrido antes de llegar los Tedax (sólo se le ocurrió sugerirlo a otro testigo peritoso) coger una mochila llena de explosivos, echarla en la furgoneta y pasearla por Madrid horas y horas, a ver si estallaba en algún semáforo, hasta que, cansado de jugar a la ruleta rusa, abandonó esa pieza clave del sumario en la comisaría de Puente de Vallecas. Ni Pedro Picapiedra ni Pablo Mármol se habrían jugado su lápida tan primitivamente. No: esa mochila es falsa, alguien la puso allí después de la masacre para detener a los moritos, asegurándose de que no pudiera estallar. Y hay que descubrir y procesar a toda esa trama criminal que se inventó unos culpables falsos para ocultar a los verdaderos. ¿Y qué decir de los que falsificaron la hora de entrada de la Kangoo en Canillas para borrar esa desaparición que la muy bulímica aprovechó para atiborrarse de pruebas islamistas? ¿No es hora también de identificarlos y procesarlos como a los del bórico? ¿Pues y los mandos policiales que, según confesión de Manzano, le llamaron a las doce desde el piso de Leganés cuando se supone que no llegaron hasta las cuatro o las seis? ¿Y los perdigueros que dejaron el Skoda Fabia en Alcalá con tres meses de retraso? A todos debería haberlos interrogado y procesado el juez Del Olmo, en vez de construir ese sumario que es restario, ese monumento a la incompetencia que tanto nos recuerda a la Torre de arena de Marifé de Triana: «noche sin luna, río sin agua, flor sin olor, / todo es mentira, todo es quimera, / todo es delirio de mi dolor». Dolor...o mucho peor.

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