Los rockeros no escriben relatos, sino canciones.Y no venden libros, sino discos. Si suben al escenario es para cantar y no para leer. Pero, ¿y si existiera uno que vendiera más libros que discos y no quisiera elegir entre la guitarra y el cuaderno? Con toda seguridad, sería un bicho raro para unos y otros. Los rockeros lo considerarían un intelectual superficial y los intelectuales un rockero entrometido. Quizá por eso Carl-Johan Vallgren vestía ayer de rosa. El autor de Historia de un amor maravilloso (Anagrama) se ve a sí mismo desde fuera como una de esas piezas que no encajan. Cualquier parecido entre el protagonista de su monstruosa novela y la realidad, no es pura coincidencia.
«Cuando escribo me tengo que identificar con el protagonista.En realidad siempre soy yo, o quien podría haber sido yo», dice Vallgren. En el caso de Historia de un amor maravilloso su álter ego es una especie de Frankenstein sordo pero con un don especial para escuchar a la gente (es capaz de leer la mente). Nace una tormentosa noche de 1813, en un burdel. En la cama contigua, otra prostituta está dando a luz a una niña: Henriette. La niña y el niño (sordomudo y deforme) crecen juntos, se enamoran y el destino les separa. Henriette es obligada a casarse con otro, y Hercule, maltratado y hundido, empieza a ser perseguido por la Iglesia, que lo ve como un ser diabólico.
«Durante años quise escribir una novela de amor. Vivía en Berlín, leía a Hoffmann y pensaba en escribir una historia romántica, en el sentido literal de la palabra. Me daba miedo, porque, bueno, casi todas las grandes historias de amor estaban ya escritas, pero me dije: La situaré en el siglo XIX. Y eso me animó», recuerda.El resto fue mezclar ingredientes. Desde Mary Shelley a Ana Karenina, pasando por el film Freaks: La parada de los monstruos, y un largo etcétera. Ingredientes que Vallgren cocinó durante cuatro años.
«Quería saber en qué consistía la supuesta normalidad de la que habla la sociedad. Y me di cuenta de que es simplemente un término de exclusión, creado para reprimir y controlar a la gente. La normalidad no existe», dice Vallgren. El libro también es una historia de la evolución del lenguaje de signos. «El lenguaje de signos es muy joven, apenas tiene 200 años. Sé un poco del tema porque tengo amigos que crecieron bilingües porque sus padres eran sordos. Y sus padres no consideraban que no oír fuese un hándicap, porque ellos oyen con la mirada», añade el escritor sueco, que, además de músico, ha sido actor.
«Bueno, en realidad fui sustituto. El papel era para Blixa Bargeld, uno de los Bad Seeds, de Nick Cave. Pero estaba de gira y me llamaron a mí, porque necesitaban a un tío que pareciese un mal tipo», dice Vallgren, que, por si fuera poco, vivió la Movida.«Pasé dos años en Madrid a los 20. Vine a escribir pero no pude escribir nada. Salía cada noche», recuerda. Los dos años le dieron para un cuento y, con toda seguridad, alguna que otra letra de canción triste. Porque más que rockero, Vallgren es cantautor, algo así como una versión sueca de Benjamin Biolay, pero que no cruza fronteras. Mientras sus libros se traducen a 11 lenguas (y venden hasta 300.000 ejemplares: un auténtico best-seller), sus discos suenan sólo en sueco.
