IOLANDA G. MADARIAGA
Concepción y dirección: Romeo Castellucci-Chiara Guidi./ Compañía: Socìetas Raffaello Sanzio./ Escenario: Sala Fabià Puigserver.Teatre Lliure./ Fecha de estreno: 16 de marzo.
Calificación: ****
BARCELONA.- Llega al Lliure el cuarto episodio de la Tragedia Endogonidia (el segundo de los que se han podido ver en Barcelona), todo un ciclo trágico sobre diez ciudades europeas que, desde 2002, ha dado lugar a 11 espectáculos con el mismo motivo principal e iguales presupuestos estéticos. Las producciones de la Socìetas Raffaello Sanzio, vinculadas a las artes plásticas, encuentran su justo análisis en el ámbito de la performance, alejándose de los parámetros que usamos para valorar el teatro.
Los intérpretes participan en el espectáculo no en función de sus dotes actorales sino por sus particulares características físicas, como una pieza más entre los elementos que conforman las escenas. Los personajes se convierten, en ocasiones, en la encarnación de un determinado concepto sin que medie evolución en el desarrollo de la puesta en escena. Dentro de su ámbito, la Tragedia Endogonidia en versión Br.#04 Bruxelles/Brussel, se perfila como un camino hacia la conceptualización de las acciones performáticas, un camino iniciado por las artes plásticas que las ha conducido a un radical distanciamiento.
Esta versión de la Tragedia Endogonidia abunda en la parábola sobre la vida y la muerte iniciada en el capítulo anterior, convirtiéndose en una alegoría del tiempo: en un espacio cerrado, una especie de mausoleo cúbico marmóreo, aparece un bebé de meses, luego un anciano ataviado con bikini. Las acciones se suceden con artificiosa frialdad, incluso la brutal paliza que se le propina a uno de los personajes tiene algo de mecánica. El protagonista queda bañado en sangre, pero se trata de sangre derramada con anterioridad y a los ojos del espectador, en un espacio previamente marcado como el escenario de un crimen.
Las escenas son todas de gran belleza y resultan muy inquietantes: desde la angustia que produce observar como se encierra a un hombre agonizante en una bolsa de plástico, hasta las oníricas figuras que se pasean por el escenario ataviadas con elegantes vestidos decimonónicos.
Las claves de lectura del espectáculo se encuentran fuera del mismo, en una reinterpretación de la tragedia clásica desde un microuniverso simbólico particular. Pero, tras una hora de imágenes sobrecogedoras, el espectador se va con aire perplejo, con la sensación de haber asistido a un espectáculo tan bello como ininteligible.
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