Nadie sabía nada de Celia Freijeiro en febrero de 2006, cuando aquí y allá se empezó a hablar de la representación a tumba abierta de uno de los textos más difíciles de Paloma Pedrero, El color de agosto. Sobre las tablas del Teatro Arlequín, dos actrices muy jóvenes (Marta Larralde y la propia Freijeiro) se enfrentaban a dos personajes al límite, enredados en una trama llena de pasión y carnalidad.
Pregunta.- ¿De dónde había salido usted?
Respuesta.- De jugar a ser actriz en casa, con mi hermano. Acabé el bachillerato y me di cuenta de que todo el mundo contaba en mi familia con que iba a ser actriz. Así que vine a Madrid y entré en una escuela. Y ahí di con una profesora maravillosa que me enseñó a desgranar los textos, a improvisar, a hacer las cosas y a saber por qué se hacen de esa manera en concreto.
P.- Y entonces se encontró con El color de agosto...
R.- No. En realidad, fui yo quien eligió el texto.
P.- ¿Cómo es eso?
R.- Yo empecé a pasar por escuelas pero llegó un momento en el que me sentía un poco estancada. Me fui a Galicia en verano y allí me encontré con un curso de teatro. Conocí a gente increíble: Adan Black, María Ruiz y Marta Larralde. Disfrutamos muchísimo con los talleres que eran una forma de terapia. Cuando volvimos a Madrid, Marta y yo éramos inseparables. Hacíamos monólogos en un local. Sólo iban amigos, pero ya suponía trabajar con público. Como no nos conformábamos, empezamos a pensar en producir algo. Teníamos ahorros, no sé, unos 600 euros, y éramos unas locas, unas inconscientes. Y las dos habíamos leído a Paloma Pedrero. Así que una noche caímos en El color de la noche...
P.- ¿Tuvieron trato con Paloma Pedrero?
R.- Sí. Ella nos puso en la pista de Marta Alvarez, que es una directora como la copa de un pino y que en España es desconocida. Es incomprensible... Todo el mundo puso muchísimo cariño en la obra. Supongo que nos veían como a dos chifladas pero les divertíamos o les dábamos ternura o yo qué sé.
P.- ¿Qué les gustó del texto?
R.- Que está todo en él. Hay dos mujeres que se enfrentan a todo. Se conocen en un internado, se hacen amigas, se convierten en uña y carne, llegan a desarrollar dependencia mutua. Todo esto son cartas que vamos poniendo sobre la mesa. Las chicas son artistas, pero aparece un hombre y se separan. Después se reencuentran por una encerrona, que es donde se empieza la obra. Y ahí se empiezan a confundir las cosas: la amistad, el amor, el amor prohibido, los juegos de poder...
P.- También está la transgresión...
R.- Sí, pero es la consecuencia de dos mujeres que llevan su relación al límite. Efectivamente, la relación entre los dos personajes va más allá de la amistad, y eso era bastante transgresor en 1988, cuando Paloma escribió la obra. Pero eso no importa mucho en comparación con toda la carga emocional que tiene la relación entre los dos personajes. La obra no va de dos lesbianas que se encuentran, su tema es más amplio y más universal... Es igual que el desnudo. Todo el mundo se fija en que me desnudo... y yo siempre digo: '¿Pero os habéis fijado en todo lo que he dicho antes, en todo lo que me he desnudado antes? Cuando por fin me quitaba la ropa, para mí era un alivio enorme.