Martes, 20 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6302.
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Creo que la verdad sólo tiene un rostro: el de una violenta contradicción (Georges Bataille)
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Manos negras
VICTORIA PREGO

Fueron las dos estrellas de la jornada y seguro que van a seguir siéndolo durante mucho tiempo por la única y contundente razón de que ninguna de las preguntas esenciales que se han formulado en torno a ellas han podido ser respondidas de manera satisfactoria y, las pocas que sí lo han sido, sólo han conseguido hacer tambalear la versión oficial de los hechos. La mochila de Vallecas y la furgoneta Renault Kangoo reinaron de manera casi absoluta en la sesión de ayer, aunque flotando en un mar de incógnitas.

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Se siguen buscando manos negras. Manos de individuos a los que aún no ha sido posible poner un rostro. Se busca, por ejemplo, la mano negra que fue capaz de montar el sistema de los teléfonos móviles preparados para provocar la explosión de las bolsas de la muerte. «El que hizo el teléfono sabía muy bien lo que hacía. Era un sistema sencillo pero muy, muy ingenioso». Esto lo explicaba ayer el tedax que tuvo el valor infinito de hacerse cargo en la comisaría de Vallecas de la mochila que no había estallado y cargó la bomba en un coche que decidió conducir él solo para que, si pasaba lo peor, «sólo me cogiera a mí».

En una declaración realizada en un tono frío y distante, como si estuviera contando a sus colegas cómo se tomó una caña en la taberna de abajo, este tedax explicó con detalle su encuentro con esta mochila que, pensaba entonces, podía haberle llevado al otro mundo y el modo en que consiguió destriparla a mano. Y lo dijo claramente: «Yo creo que alguien hizo los teléfonos y alguien recibió instrucciones de empalmar los cables». ¿Por qué lo dice? Porque «la concepción del teléfono móvil no cuadra con la estructura y la chapuza de los cables». Dos cabezas, por lo tanto, y cuatro manos negras de nombre aún desconocido. Se busca identificar esas manos.

Se buscan también las manos negras que pudieron llevar esta misma mochila, que es la madre de todas las pruebas del 11-M, a la comisaría de Vallecas, toda vez que ninguno de los policías encargados de recoger los objetos tras el atentado dice haberla visto. Nadie sabe todavía quién la sacó del tren, si es que estaba en el tren, y cómo llegó a su destino en Vallecas. Alguien tuvo que hacerlo. Esas manos siguen todavía sin tener nombre.

Se buscan las manos negras que condujeron la furgoneta Renault Kangoo hasta las cercanías de la estación de Alcalá de Henares. Pero, sobre todo, se buscan las manos que cargaron dentro de esa furgoneta los explosivos. Y aquí llega una nueva duda: ¿cuánta cantidad de explosivos? ¿Sólo un resto mínimo, como dice el sumario, tan pequeño que el perro especializado fue incapaz de descubrirlo? ¿O fueron 20 o 30 los kilos de dinamita que viajaron en el interior de la Kangoo con destino a la matanza? Porque hasta ayer parecía que, efectivamente, los terroristas habían llevado ahí la dinamita. Pero cuando el guía canino dijo claramente que, en ese caso, su perra 'Lobi' lo habría detectado, cosa que no ocurrió, quedó abierta la pregunta: en esa furgoneta ¿viajó o no viajó parte de la dinamita con la que 191 personas fueron asesinadas? La versión oficial decía que sí, pero ahora ni siquiera eso se sostiene con firmeza.

Se buscan otras manos, pero éstas no todos los presentes las buscan. Algunos, pocos, buscan las manos que pudieron poner dentro de la furgoneta un gran número de objetos que los primeros policías que accedieron a su interior, inmediatamente después del atentado, no reconocen haber visto. Queda en el aire, por lo tanto, esta otra incógnita no resuelta todavía: ¿estaba casi vacía esa Renault o guardaba todas las cosas que la Policía Científica dijo que albergaba, incluidas pruebas determinantes sobre los autores del crimen? Ayer tampoco se despejó esa incógnita: no hubo nadie que dijera «yo lo vi, al entrar pisé una manta, o un destornillador», o lo que sea. Ninguno dijo ayer haber visto nada salvo un chaleco reflectante. Nada más. Aún tienen que pasar muchos más testigos y ya veremos lo que dan de sí sus declaraciones, pero en este minucioso trabajo de reconstrucción que es el juicio, el paisaje sigue sin estar claro.

Algunas dudas sí que despejamos ayer, cosa que es muy de celebrar. La más evidente, porque no fue una opinión sino un hecho, se refirió a qué mano desconocida había colocado en el andén de una de las estaciones, solitaria, intacta, junto a una pared, como para que los investigadores se fijaran de inmediato en ella, una de las mochilas explosivas que, finalmente, los tedax hicieron estallar. En este caso la mano negra pasó ayer a ser blanca, con nombres y apellidos. «Yo fui quien la puso ahí», dijo un hombre. Era un policía municipal. Una mano menos que buscar.

victoria.prego@el-mundo.es

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