Martes, 20 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6302.
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Creo que la verdad sólo tiene un rostro: el de una violenta contradicción (Georges Bataille)
 ESPAÑA
JUICIO POR UNA MASACRE / Los testimonios / ELOY MORAN
El pitido de una pena máxima
Todos los días recuerda varias veces a Ignacio, la persona que lo socorrió Desde el 11-M, el oído le pita siempre, «como el de una emisora mal cogida»
PEDRO SIMON

MADRID. - Desde el 11-M, llevaba ocho meses sin pisar el Bernabéu de sus amores, no aguantaba aquel gentío restallante de brazos y ruido, y el gol de cada domingo se cantaba mudo, agarrado al mando a distancia y con la bufanda hecha un ovillo en el cajón: gol, así, bajito.

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Hasta que llegó aquella tarde. Esa jornada Eloy principiaba a digerir ser parte de la masa, sentado con uuuys en blanco, por fin ocupando su asiento en la grada, que estoy vivo, que hay que salir de esto, que voy a poder, que no me pasa nada por estar en una aglomeración. Jugaban contra la Real Sociedad. A por ellos oé. Por megafonía lo dijeron bien alto: había que desalojar porque había un aviso de bomba.

«Iba con un amigo y con mi hermano. No lo podía creer. No podía pensar que esta gente otra vez, ahora que me animaba, me persiguiera también allí... Al salir no pude más. Y sí, me derrumbé».

Póngase unos auriculares, sintonice mal la radio, no se los quite en las 24 horas del día. Así suena el universo de lunes a domingo en la cabeza de Eloy Morán desde los atentados, con esa desquiciante banda sonora de frenopático. «El oído me pita siempre de esa manera, ahora mismo también... Como el de una emisora que no estuviera bien cogida».

El run-run insoportable lo tiene metido bien dentro este funcionario jubilado de 58 años desde el día en que ardieron el periódico que leía, sus pantalones y su vagón, y volaron los zapatos por los aires. Nació en la calle de Téllez el 11 de marzo de 2004. Y del parto recuerda que fue como el final de una mascletá de sangre, «como ese petardo final que se oye después de una traca terrible».

«Notaba cómo se me hinchaba la cabeza en sucesivas oleadas, como se hincha un globo cada vez que vas soplando», rememora. «Pensé: 'Bueno, ahora me estallará la cabeza y será el final'».

No hubo final, cómo iba a haberlo si queda partido y hay que rematar mil saques de esquina. A despejar la muerte como un defensa central llegó un tal Ignacio, un vecino de Atocha que le dio cuerda al cuerpo de Eloy. El funcionario por entonces se palpaba de arriba abajo a ver si le faltaba alguna parte del cuerpo. Ignacio le puso unos metros más allá de los trenes, junto a la vías.

- Oye, Eloy, si te pasa algo me llamas a voces y vengo enseguida, que yo me voy a seguir ayudando.

«No me quería tumbar. Tenía miedo a que pensasen que estaba muerto y se olvidaran de mí».

Se ha levantado a lo Lázaro después de años sin ánimos para erguirse del todo, con el reconstituyente del juicio más televisivo de la Historia de España. A estas alturas, como desmodorrado, Eloy dice que sólo sabe que no sabe nada.

«No soy político. Hablo desde la calle que utiliza su leal saber y entender y que se mueve por la lógica. Y veo que hay contradicciones que ponen en tela de juicio la versión oficial. Me indigna la posibilidad de que en esta masacre nos hayan contado algo que no sea verdad. Y el sentido común dice que la versión que algunos quieren vender no se sostiene», comenta. «Tengo mucha confianza en la Justicia. Si no fuera así, echaría a correr. Cuando todo se acabe, creo que tendremos un puzle al que le faltarán algunas piezas, pero que nos dejará ver un cuadro de lo que pasó».

De aquel partido a cara de perro que se jugó en Téllez han salido equipos inolvidables y campeones en zapatillas de andar por casa. Ahí está Ignacio, al que de buena gana Eloy le pondría la camiseta de Guti y hasta un póster en las paredes de casa. «Él sabe que lo recuerdo todos los días muchas veces. Le digo que fue mi ángel de la guarda, y él me contesta que alguien le puso allí, que tuvo la suerte de poder ayudarnos a muchos y conocernos».

Y así transcurre esta Liga insufrible de las víctimas. Para muchos, sin consuelo, a pesar de la bufanda que se pone Eloy, que dice: «No hay que mirar atrás, porque ahí no se vive. Tenemos futuro»... La comida de su asociación de damnificados del 11-M fue el pasado mayo en Faunia, hace casi dos años. Para muchos, aquella salida de casa era la primera desde el atentado.

«¿Te has fijado? El Real Madrid empezó a ir mal desde el 11-M. Esto es un hecho. Iba a jugar la final de la Copa del Rey cuando yo estaba en el hospital. Se perdió. Luego ya no hemos levantado cabeza». El último Barcelona-Real Madrid fue la víspera del atentado. Eloy fue a un concierto por las víctimas y llegó a casa a final del partido. Su equipo empató contra pronóstico. Cantó los tantos: GOOOL, así, bien fuerte.

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