Dolores Delgado camina a paso lento. Se detiene. ¿Qué es lo que la obliga a llegar hasta la puerta y retirarse? Es vergüenza. Su hija le había dicho varias veces que pasadas las seis de la tarde, en su colegio, está la ayuda que necesita. Tras repetidos intentos, todos fallidos, llega el día en que se atreve. Pasa el portal principal, en la calle hermanos García Noblejas, en Ciudad Lineal, y decide que tiene que aprender a escribir.
Ahora que han pasado siete años de haberse atrevido, Dolores recuerda que en su pueblo andaluz, Adamuz, sus padres no la enviaron a la escuela y que vino a vivir con una tía a Madrid a los 18. Así resume que en más de 50 años no haya logrado leer ni una palabra. Que no haya podido siquiera escribir su nombre, y que ahora le apasionen las biografías, tanto que ahora lee una de la Reina Sofía y está en espera de una del Príncipe Felipe. «Y si hacen una de Leticia, la compro», comenta con su sonrisa y un hoyuelo en su mejilla, mientras habla con los maestros de la Asociación Altamira, que alfabetiza a adultos de la tercera edad desde hace 25 años.
La aventura de esta organización empezó cuando en el colegio Nuestra Señora de la Caridad del Cobre hubo una preocupación: las abuelas que tenían a cargo a los niños no podían ayudarles en las tareas escolares. En 1981, este colegio dio una aula para los interesados y la primera clase se impartió entre una maestra y una alumna. En todo este tiempo se han inscrito 8.000 personas de la tercera edad que han aprendido las primeras letras o han continuado sus estudios truncados en la infancia.
Delia Collahuazo casi que se sonroja cuando le piden que recite sus versos. Le da pena, pero se atreve a hacerlo. «Si el árbol de la vida es una esperanza, como quisiera...», exclama, pero se detiene. «Si el árbol de la vida -repite-. No puedo, no recuerdo. Pero es bien bonita esa poesía», aclara. Por suerte, ya lo tiene escrito y está en un lugar especial en su casa. Antes de que supiera escribir, sus poemas se esfumaban, se perdían.
Delia nació en Quito, Ecuador. Ella fue la que se encargó de cuidar al resto de sus hermanos, y por eso apenas llegó a segundo grado. Luego, su vida se convirtió en pensar en lo que iba a darles de comer a sus hermanos. Hace cinco años llegó a Madrid, y su nieta fue quien se enteró de las clases de Altamira. Ella la animó y el fruto de todo esto es que Delia ya ha leído El Quijote (hasta la mitad, aclara), y Vivir para contarla, la autobiografía de Gabriel García Márquez, de la que confiesa que le cuesta un poco porque necesita de mucha concentración para entenderla.
«Recuerdo que juntaba letras y entendía algunas palabras. Aquí aprendí a escribir. Ahora sé multiplicar. Antes, yo trabajaba en un comercio y allí tenía mis maneras de calcular, pero esto es fabuloso», explica María Juárez, quien lleva siete años en Altamira y es parte de la fría estadística: en la Comunidad de Madrid hay 38.000 mujeres analfabetas.
Para ella, la enseñanza tiene que ser especial. Según Josefina Soto, la presidenta de Altamira, María Juárez tiene problemas de dislexia y de disgrafía que, a su edad (75 años), no son solucionables. «Eso se diagnostica hasta los seis años, y se puede trabajar con dedicación hasta los 10, después ya no», explica Josefa.
«Lo que importa en estos casos es hacerles entender que están progresando. La base de la enseñanza es el amor, la paciencia y la repetición constante de los conceptos», complementa Josefa, que lleva a cargo del proyecto desde el inicio, en el ciclo 1981-1982.
Desde allí se han inscrito 8.000 alumnos. El cálculo de las personas que han aprendido a escribir y a leer desde cero es de 650 alumnos que asisten a la escuela, a partir de las 18.30 horas, cuando terminan las clases de niños en el colegio Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. El 94% de los asistentes son mujeres de entre 65 y 75 años. La mayoría son de Ciudad Lineal; sólo un 11% viene de San Blas. Altamira es una asociación que ahora recibe fondos del Ayuntamiento.
Lola Domínguez y Elvira Martínez son el ejemplo de cómo el cariño por Altamira rebasa incluso los seis niveles de enseñanza. Lola lleva 20 años allí, toma varios cursos y ahora está en los talleres de literatura. Elvira, por su parte, lleva 12 años asistiendo a estas aulas: «Sigo aquí porque se comparte todo, las penas y las alegrías». Está claro, no piensan abandonar Altamira.