FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
Nadie habla ya, ni escribe, ni toma iniciativas, ni pone dinero, ni convoca conferencias, ni promueve concursos, ni faculta viajes pagados, ni fleta aviones de periodistas, ni se abriga en la ONU ni se tapa en la UNESCO. Nadie le dedica ya un minuto a la famosa Alianza de Civilizaciones que, copiando groseramente al Irán de los mulás nucleares, se sacó de la manga Zapatero para solventar el terrorismo islámico y, ya de paso, todas las demás guerras, peleas y contiendas que manchan de sangre el orbe.
Nadie se acuerda de la AC cuando más falta nos hace probar su poder salvífico, a cuyo lado el bálsamo de Fierabrás es vaselina común con algo de Nivea como toque exótico. Nadie, cuando precisamente necesitamos más sus poderes. Ahora es cuando la alianza con los supuestos elementos civilizados y pacíficos de las otras culturas debería resolver nuestros problemas. Pero ahora mismo, porque Al Qaeda ha amenazado a España por mantener e incrementar sus tropas en Afganistán después de retirarlas de Irak y a modo de compensación. Entonces nos tiraron plumas de gallina los polacos por desertar de las trincheras y ahora nos siguen amenazando los muslimes salvajes por no haber desertado del todo. La gran política exterior de Zapatero es así: negocio redondo... para los demás.
Si en Afganistán e Irak se destapan nuestras deficiencias políticas y se desnudan nuestras limitaciones militares, según la suerte en campaña y según le convenga a la campaña electoral del PSOE, en un desierto tan poco lejano como el del Sáhara -disputado por viejos amigos: el Polisario, Marruecos y Argelia- acabamos de comprobar la entidad de la Alianza de Civilizaciones, criatura teórica muy del nivel de Suso de Toro, Millás y otros filósofos del zapaterío.
En principio, parecería fácil que, provista de sus inagotables reservas de buena voluntad, la Alianza arreglase los problemas de vecinos tan cercanos en lo geográfico y, que a diferencia de España -que tras la insidiosa Reconquista no puede identificarse con la morería- comparten el, digamos, factor C o civilizatorio. Pues nada; nasti de plasti. Treinta años de guerra o medio guerra (que es todavía peor, porque como no empieza del todo tampoco termina nunca) y las cosas siguen en las arenas movedizas de El Aaiún, de Tinduf, y de la ONU, que son las más caras.
Zapatero se ha cargado en Rabat la política exterior española de varias décadas asumiendo como propia la anexión del Sáhara, sin referéndum ni pamplinas. Al día siguiente, vísperas del viaje de los Reyes, Argel anunció que nos subiría un 20% el gas. Al día siguiente, el Rey dijo que los saharauis tienen todo nuestro apoyo. A día de hoy, es imposible saber cuál es la política española sobre el Sáhara, porque no la hay. En vez de ayudarnos con la Alianza, desayudamos a los presuntos aliados. ¡Qué éxito!
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