En esta primavera de pancartas, banderas y pareados infamantes, Mariano Rajoy se hizo fuerte en Pamplona y José Luis Rodríguez Zapatero en Zaragoza. El primero enarboló la Constitución y la bandera de España, mientras que el presidente del Gobierno proclamó los fueros, a la sombra de un decapitado, aquel secesionista temprano que creía que «cada uno de nosotros valemos tanto como vos, y juntos, más que vos».
La España entera frente a la España inacabada, la España de «te hacemos rey si juras los fueros o si no, no» frente a la España de la Constitución de Cádiz y la de 1978. Rajoy apela a la Pilarica; y Zapatero, a la Virgen de Monserrat y a otras vírgenes periféricas, excepto la de Covadonga. No son dos gritos de guerra, sino dos programas electorales. Mariano Rajoy trabaja para una mayoría absoluta y Zapatero para el fin de ETA con una minoría suficiente. A Zapatero le llaman «traidor» en las pancartas, como le llamaban a Don Juan de Lanuza, que contestó, antes de que le cortaran la cabeza, «traidor no, mal aconsejado».
Con cierto empaque de Antonio Pérez, el presidente del Gobierno dijo el domingo, el día de los sermones políticos: «La derecha, una veces miente y otras calla». Luego, se preguntó a sí mismo, en voz alta, en qué momento vive España. Uno del público gritó: «¡cojonudo!». Y el presidente añadió: «Es un buen resumen».
Media España cree que vivimos un momento cojonudo y media España cuarto y mitad piensa que vamos al cataclismo. ¿Quién está en la inexactitud? ¿Quién mete la bola, el farol y la milonga? ¿Quién atina, Zapatero cuando acusa a Rajoy o Rajoy cuando culpa a Zapatero de lo mismo? Tal vez no mienten, tal vez creen sus propias invenciones, parábolas y utopías de sus partidos, que crean enigmas y fantasmas. En Literatura no se hace nada grande si no se sabe mentir; tal vez lo mismo ocurra en política, aunque no creo que éste sea el caso; los saltatumbas de un partido y los intransigentes del otro prefieren lo que creen a lo que ven, el onanismo a la cama redonda del consenso. Mienten, según ellos mismos, pero, ¿qué es la verdad? El filósofo contestó: una suma de deseos y temores, adornados retóricamente. En política las verdades sólo son probabilidades. No solamente los dirigentes, también las dos aficiones, se acusan recíprocamente de embusteros y farsantes. Estamos todos sentados, en sesión continua ante ese thriller del terrorismo, con malos y repetitivos diálogos.
Ante la pavidez de ETA, se equivocan las encuestas porque se acomodan a los deseos de los medios que las publican; los historiadores están también divididos e idiotizados; los jueces imparten sentencias de acuerdo con sus sponsors. La base del lenguaje político, intelectual, periodístico, judicial, histórico, territorial, no está basada en la búsqueda de la verdad, sino en un cruce de ofertas de sociólogos, mientras las vírgenes de España han perdido otra vez las castañuelas.