Marjabelle Young Stewart cantó la etiqueta con voz de ruiseñor cursi. Hizo del arte del tenedor, la sopera y la copa de vino un mundo retroalimentado por los condicionantes del pasado. Añeja, acaso pasada de rosca y moda, cultivó al menos cualidades de heroína bizarra. Mientras muchos toman los buenos modales por fascismo, Stewart, muy famosa en EEUU por sus libros y múltiples colaboraciones en medios de comunicación, ejercía la beligerancia amable, pulcra, de quien vivía en un mundo sonriente.
Parecía una superviviente de Días de Radio, aquel poema que rodó Woody Allen a cuenta de los viejos programas radiados y sus monstruos. En sus actuaciones públicas tenía algo de zarina raída o emperatriz plenipotenciaria de sí misma. Aunque rozaba el ridículo, imponía sus guiños sentimentales y, para qué negarlo, los consejos resultaban eficaces.
No tuvo necesidad de escarbar entre vísceras para ganar audiencia; le bastó con tirar de nostalgia y apelar a los fantasmas de una clase media que contemplaba los 50 como una década tristemente perdida, la Arcadia Féliz previa al rock y las drogas. Stewart ofrecía unos Estados Unidos empaquetados con lazo rosa, tul y laca. Cierto que hablaba engolada, blanda y estomagante, y que sus adjetivos tenían la consistencia del merengue. Consideraba las lecciones que impartía una causa vital, casi un sacerdocio. Esa falta de autoironía contribuyó a que fuera simpática. De puro exagerada, caía bien.
Hubo un tiempo en que su influjo fue enorme. Cuentan que inició en el arte de las buenas maneras a millones de personas, estudiantes, ejecutivos e incluso hijos de presidentes (entre los que se incluyen los vástagos de Lyndon B. Johnson y Richard Nixon). Enseñaba toda clase de habilidades mundanas, desde el correcto uso del tenedor de pescado hasta la mejor fórmula para devorar un perrito caliente sin salpicarse, cuestión ésta no exenta de mérito. La incluyen, junto a Elizabeth Post, Letitia Baldrige, Judith Martin, en un supuesto mausoleo de celebérrimas damas consagradas a predicar los buenos modales.
Resultaba entrañable, una de esas ancianas de pelo blanco tirando a malva que obsequian a sus sobrinos con dulces coscorrones. También creó una suerte de red nacional destinada a jóvenes para estudiar modales. El sueño de cualquier dama decimonónica hecho realidad, y, además, impartido en grandes almacenes. El club, digámoslo así, Chaquetas Azules, era para los chicos, y el Guantes Blancos, iba dirigido a las chicas. En su lista de ciudades más elegantes del país, que confeccionaba cada año, solían figurar los suntuosos pueblos del sur.
Abandonada en un horfanato junto a sus hermanas cuando murió su padre, Stewart fue una belleza local y jamás renegó de las lecciones de urbanidad aprendidas en la institución. Tras casarse a los 17 años, ingresó en un universo de fiestas y reuniones sociales. Se juró no quedar en evidencia.
Ha muerto de neumonía, a los 82 años. Lega a sus admiradores amplia bibliografía sobre las buenas maneras, y a sus herederos la seguridad que proporciona un estado bancario despampanante. Relamida y petarda, afectuosa y antigua, muchos programas actuales beben en su estilo.
Marjabelle Young Stewart, experta en etiqueta, nació en Council Bluffs (Iowa, EEUU) y murió el 2 de marzo de 2007 en Kewanee (Illinois, EEUU), a los 82 años.