Sorando / Ponce, Manzanares y Esteve.
Seis toros de Román Sorando sin trapío, sin fuerza, sin cara y sin casta. Los dos primeros devueltos por inválidos totales; el quinto con más fuerza y movilidad, y el sexto con más presencia. Sobreros de Núñez del Cuvillo y La Martelilla, primero y segundo, también inválidos.
Enrique Ponce: leves protestas (pinchazo y estocada) y saludos tras fuerte petición y aviso (pinchazo, estocada y descabello). José Mª Manzanares: ovación tras aviso (cuatro pinchazos y dos descabellos) y ovación con saludos (pinchazo y bajonazo). David Esteve, que tomaba la alternativa: vuelta tras petición (dos pinchazos y estocada) y ovación (dos pinchazos y media defectuosa).
Coso de la Calle de Xátiva, último festejo, lleno en tarde ventosa y gélida.
VALENCIA.- Mientras por las calles de Valencia un huracán siberiano desencuadernaba los remates y la arquitectura de algunas fallas, en el ruedo tenía lugar un espectáculo verdaderamente edificante: Ponce, en plan samaritano, prolongando la vida de un becerrote moribundo. Estos gestos de caridad evangélica, la gente los valora mucho; y si Ponce llega a meterle la espada a la primera al recental animalillo, le corta las orejas. Las dos.
Ayer era tarde de ceremonias; tomaba la alternativa un joven diestro valenciano, David Esteve, y se descubría un busto del doctor José María Aragón, cirujano de esta plaza, recientemente fallecido. Aunque ya dediqué al amigo, al médico y al aficionado mi primera crónica de Fallas, de nuevo ¡va por usted! Entraba dentro de lo previsible que los toros de Román Sorando fueran el antitoro, el novillo inválido rodando por los suelos. Eso no debiera ocurrir nunca y mucho menos en una corrida homenaje al doctor Aragón.
A todo torero que comienza hay que desearle lo mejor y disculparle sus yerros, fruto seguramente de la emoción y la inexperiencia. La severidad de un crítico ha de ser proporcional al poder y la importancia de un diestro. A más gloria y fama, más rigor; y a más juventud, mayor benevolencia. Por eso, yo saludo a David Esteve y cumplo el deber moral de matizar los rigores. Máxime teniendo en el cartel a Enrique Ponce, que es torero de mi predilección, para afinar mi estilo periodístico, agilizar la metáfora y oxigenar la sintaxis, que es lo que Ponce suele hacer con muchísimos de sus toros: oxigenarlos, dejarles respirar. Ayer sólo le faltó hacerle la respiración boca a boca al becerrote cuarto. Enrique Ponce, el poderoso.
El de Chiva me obliga a esmerarme cada tarde. Acertaré más o erraré menos, mas con Ponce, Juli y otros astros, estoy en tensión desde por la mañana y me voy al pitón contrario sin meditar las consecuencias; como hacía ayer Esteve entre el vendaval gélido en el sexto, que lo único que podía darle era una cornada.
A esas alturas de la tarde, con casi tres horas de corrida y el cielo encapotándose sombríamente como boca de lobo, Esteve hizo un alarde de infructuoso pundonor. Hacía ya tiempo que los verdaderos protagonistas de la última corrida fallera eran el viento y el frío. José Mª Manzanares peleaba contra ambos y trazaba algunos muletazos estimables, bastante mejores los del quinto que los del tercero.
Manzanares está en tono ascendente aunque sigue sin cruzarse ni una vez, por más que lo requiera la embestida del animal. Tras dudas e indecisiones en los primeros tiempos de alternativa, el año pasado cuajó una temporada esperanzadora y al alza. Tuvo la precaución, también samaritana y ejemplar, de no picar, o picar lo mínimo, a sus dos torillos; gracias a eso el segundo se cayó menos y el quinto se mostró pujante.
Pero volvamos a Ponce, responsable de esta corrida impresentable. Nunca resaltaré suficientemente lo que mi prosa y mi humilde capacidad crítica le deben al poderoso maestro valenciano. Otra cosa es que ese poder, tómese en el sentido que se quiera tomar, lo utilice para escoger y para lidiar toros miserables y ruinosos. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, quede constancia de ello; lo cual no va rebajar un ápice el rigor con que hay que juzgar corridas como la de ayer. Otros prefieren hacer lo contrario: leña al modesto y al neófito y cortesana sumisión con el omnipotente. La culpa de que se lidiaran estos deshechos de toros, ¿de quién es? Sin duda de quien tiene capacidad para elegir hierros y fechas. Así que no voy a culpar a Esteve de estos sacos de escombro revenidos que fueron los toros de Román Sorando.
La alternativa, sobre el papel, era de lujo; en la realidad una broma macabra para Esteve del cual quienes lo vimos ir muy bien de novillero, esperamos mucho más. Cuando esperamos mucho más, lo mismo que esperamos más de los maestros poderosos. Cuando entre todos acaben con esto, echaremos la culpa a la UE, a la ministra Narbona y a la Biblia en verso. Y nadie querrá reconocer que entre todos la mataron y ella sola se murió.