Lo reconozco: sentí envidia. No sé si de la sana o de la que no lo es pero, indudablemente, envidia. ¿Por qué los neoyorquinos van a poder disfrutar de Lou Reed, Patti Smith y Laurie Anderson sin necesidad de pasar por taquilla gracias a la generosa contribución de la Generalitat -y el Institut Ramon Llull- y, en cambio, yo, cuando los quiero ver en Barcelona, tengo que abonar una sustanciosa cantidad por una entrada? ¿Por qué? A ver, ¿quién me lo explica?
Sí. Ya sé. Me dirán que el trío de malditos nos sirve a los catalanes de embajadores de excepción en Nueva York. Que de su mano serán algunos, unos cuantos, no sé si pocos o muchos, quienes aprenderán algo de la poesía catalana, porque cuando se suban al escenario del Baryshnikov Arts Center ni Reed ni Smith ni Anderson cantarán sino que recitarán a algunos de nuestros mejores poetas. Sí.Ya sé. Es una oportunidad de excepción que el trío se haya ofrecido a servir de rapsoda para los grandes nombres de los versos catalanes, pero entenderán que la envidia, lo quiera o no, sigue ahí porque cuando Smith y Anderson vengan a Barcelona este verano -en el Primavera Sound y el Grec, respectivamente- yo sí que tendré que pagar.
Dicho esto y también que los neoyorquinos, de igual manera, es decir de gratis, verán a Sol Picó o a Cesc Gelabert -en cambio sí pagarán por escuchar los dúos de Miguel Poveda y Maria del Mar Bonet y Jaume Aragall y Joan Pons-, he de reconocer que también me llena de orgullo -¿provinciano?- que los artistas catalanes se paseen por Nueva York con paso firme. Sólo que pienso un poco y, no sé por qué, me acuerdo de la ley de igualdad que acaba de aprobar el Gobierno de Zapatero, la de las cuotas, la que dice que nosostras, las mujeres, debemos tener las mismas oportunidades que nuestros colegas, los hombres. Y es que cada vez que surge este tema también me debato: si queremos ser iguales, ¿por qué nuestra igualdad tiene que venir marcada por una ley? En todo caso, seremos iguales cuando el mercado lo permita, cuando nadie deba fomentar nuestra presencia ni en la vida política ni en la empresarial, cuando nos contraten o nos escojan para un cargo público por lo que somos y por lo que podemos aportar y no por ser mujeres.
Pues, más o menos, lo mismo con el desembarco catalán en Nueva York que está orquestado el Ramon Llull. Lo que de verdad me gustaría es que -como ha ocurrido con la exposición del MET de Barcelona & Modernity- nos inviten por el valor de nuestros artistas y no marchemos nosotros hacia allá, de la mano de las insitituciones, para intentar conquistar mercados.
En el Artistic Panel del Baryshnikov Arts Center, junto a Peter Sellars, Pina Bausch, Jessica Lang, Susan Sontag o Sam Shepard, figura Pedro Almodóvar; y ahí es donde me gustaría que estuvieran Gelabert o Sol Picó que, seguramente, lo merecen. Ahí y no en Made in CataluNYa, pero bueno, supongo que por algo se empieza.
Pero el orgullo provinciano regresará cuando Reed, Smith y Anderson reciten la primera estrofa del primer verso catalán.