Surgió como una idea de los amigos de Francisco Godia de hacer una exposición en su honor, como homenaje a su labor de coleccionista. Y ha acabado convirtiéndose en una muestra antológica del arte español que atesoran coleccionistas privados de Barcelona y Madrid.
El resultado lleva por título De Fortuny a Barceló. Coleccionismo generación Francisco Godia, se puede ver en la Fundación Godia hasta el 24 de junio e incluye un impecable recorrido por obras de Casas, Picasso, Dalí, Miró, Tàpies, Plensa, Llimona, Sorolla, Gargallo, González, Anglada-Camarasa, Gris, Hugué y Oteiza, entre otros. «La exposición recoge obras que ningún museo rechazaría», aseguró ayer Francesc Fontbona, comisario de la muestra junto a Sara Puig, directora de la fundación.
Puig defendió la singularidad de la iniciativa porque permite que salgan a la luz «piezas que no habían salido antes de las casas de los coleccionistas». Algunos de ellos muestran su nombre bajo el título de la obra, pero la mayoría prefiere mantenerse en el anonimato. Eso sí, todos coinciden en compartir amistad e inquietudes artísticas con Godia.
Dispuestas en orden cronológico, las obras se presentan al espectador para contarle una parte de la historia del arte contemporáneo que se inicia aquí con Marià Fortuny y La fantasía de la pólvora, una de sus obras menos conocida, arropada por L'emigrant, una tela de Joan Llimona que, según Fontbona, debió inspirar el poema del mismo título de Jacint Verdaguer.
De este período se pueden ver un dibujo de Picasso de antes de que se fuera a París; una tela muy conocida de Anglada-Camarasa, La droga, que se deja ver poco; y el óleo El rovell (Pareis), de Joaquim Mir, una sugerente tela que se sitúa a las puertas del arte abstracto, a pesar de que el artista, entonces, no había tenido contacto directo con las vanguardias.
Más adelante, Sorolla reina con su tela Vuelta de la pesca, Valencia, en la que los bueyes arrastran hacia la playa una embarcación de pescadores. Al lado hay dos nonells bien diferentes: uno es de la serie que dedicó a las gitanas, más sombrío que la tela de aire impresionista Lola. Sunyer, máximo exponente del Noucentismo, queda retratado y sintetizado en Les cosidores, que recoge una fuerte influencia de Cézanne y del cubismo.
Después de pasar ante un retrato a lápiz de Olga Koklova perfilado por Picasso, ante dos esculturas de Gargallo (Urano y Kiki de Montparnasse), ante un estudio de Josep Maria Sert para un mural de Buenos Aires, el visitante llega a la sala de las segundas vanguardias. Allí es recibido por una pintura atípica de Tàpies: se trata de un retrato figurativo de su mujer, Teresa. Al final del recorrido, el Dalí más surrealista y el Miró más sintético conviven como vecinos ante una escultura de Sergi Aguilar, colocada a los pies de una tela de Barceló de 2003, Timiaouin, que cierra el camino. Un camino que sigue, pero no en esta exposición.