ANGEL VIVAS
MADRID.-
«Visto desde hoy y analizando todas las claves de la situación, lo lógico es pensar que Franco no tuviera problemas para mantenerse en el poder en la segunda mitad de los años 40», Lo dice Javier Cervera, historiador que acaba de publicar La guerra no ha terminado (Taurus), un estudio del período 1944-53, el que va de la liberación de París a los acuerdos del régimen franquista con EE UU.
Pero lo que hoy parece claro, no lo era en 1944-45. Entonces, estaba acabando la Segunda Guerra Mundial y era posible soñar con que los aliados, tras acabar con el Duce y el Führer se animaran a hacerlo con el Caudillo, claramente asociado con los anteriores. Máxime, con la presión de millares de republicanos españoles que habían luchado en Francia contra Hitler que guardaban las armas que habían empleado y estaban deseando usarlas al sur de los Pirineos.
Sin embargo, «hubo un juego de política internacional que al exilio se le escapó y que Franco leyó muy bien». «Franco supo ver», añade Javier Cervera, «que Stalin era un caso aparte dentro de los vencedores, y que las diferencias entre él y las potencias occidentales aflorarían enseguida». A esa cuestión se añadió el hecho de que el exilio estuviera desunido y fuera incapaz de plantear una alternativa viable a la posible caída de Franco. «La división de la República durante la guerra española se traslada al exilio, con el agravante de que todos se culpan entre sí de la derrota».
Así que Francia y el resto de los aliados «no jalearon a Franco, pero sus críticas consistieron más en declaraciones que en actuaciones». Y con el tiempo, hasta las declaraciones se fueron extinguiendo.
Ya durante la guerra española, una Gran Bretaña anticomunista y muy austada por la violencia contra la Iglesia desatada en la zona republicana frenó la ayuda a la República. Los conservadores de Francia y Gran Bretaña se preguntaban por qué rechazar a un dictador como Franco si se aceptaba a Stalin. Para colmo, «a De Gaulle», dice Javier Cervera, «le hubiera encantado ser Franco; lo que a él le gustaba eran los baños de masas como los que Franco se daba en la Plaza de Oriente».
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