VICENTE SALANER
Felipe Reyes y Louis Bullock son dos superestrellas del baloncesto europeo, y las estrellas están para ganar los partidos decisivos. Por sí solos no se habrían bastado, claro, pero la estructura sólida del juego y el deseo de trabajar y competir de sus compañeros les aportaban ayer todo el soporte necesario: la labor bajo los aros de Axel Hervelle y de Blagota Sekulic (en su mejor partido, esta vez sí, desde que llegó al conjunto blanco) y la brillante dirección de Raúl López acabaron siendo el complemento ideal para una pareja en estado de gracia.
El Real Madrid de Joan Plaza ha ido recuperando su nivel de juego, tras la racha de lesiones que le rompieron antes de la Copa y le abocaron a una derrota amarga, de la misma manera que este Madrid suele ganar sus partidos: paulatinamente, elevando el nivel, integrando a sus nuevos jugadores o los que iban saliendo de percances. Parecerá mentira a la luz de su racha de derrotas ligueras, pero ya se veía que el equipo se estaba rearmando aunque, posiblemente, su responsabilidad europea provocó su desconcentración ante los equipos de Valladolid y Gran Canaria.
Anoche, Plaza puso al aficionado de los nervios dejando a López y a Alex Mumbrú -dos competidores habituados a la altísima competición- en el banquillo al inicio. La falta de velocidad del primer Madrid y una exhibición de triples por parte rusa provocaban la igualdad y hacían presagiar un partido dificilísimo. Pero los de Plaza estaban de nuevo, como hace unos meses, aplicando la gota malaya a sus rivales. Los estaban desgastando, y además ahí donde duele: bajo los aros, donde pese a la clase de los gemelos Lavrinovic jamás pudieron imponerse. Mucho antes de perder la batalla de los puntos, los visitantes habían perdido la batalla de los rebotes. En estos niveles eso no suele perdonar.
Ya llegó la segunda final del año. Y a ésta el Madrid no llegará roto por una semifinal terrible.
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