Antonio Lucas
El ventarrón a destiempo que azota Madrid viene a llenar el depósito de un invierno que no ha sido. Lo del tiempo esquizoide es el sentir de este espejo roto en el que vivimos, con la memoria embaldosada de rencores, viejas fobias, pocas filias, menos glorias y un vals de ajustacuentas perfumando las calles con la dimamita del yo acuso. En las rúas hay un relente tocado con el miriñaque de las pancartas. Unas tienen razón, otras son un blanqueo moral. Pero ninguna toca de verdad el fondo de las cuestiones ciudadanas, que son muchas pero parecen importar sólo a unos pocos.
En el Foro se ha impuesto un espíritu frivolón y las preocupaciones dejaron hace mucho de ser comunes. Éstas van por barrios, por parcelas o juntas de vecinos. Madrid siempre ha sido una probeta de cantones según distrito. Y luego cada uno va con el resumen de su arenga a la Puerta del Sol, que es algo así como el ágora o el abrevadero de las ideas municipales, cuando el personal toma la cerveza puntual en Casa Labra y resopla un socialismo de cuatro esquinas con la boca llena de lomo de bacalao frito. Por allí se mezcla esa ciudad hecha de una sastrería evolutiva, aliñada con bancos de guiris que van recorriendo el perímetro sagrado de las tascas vigilados por algún macarrilla con brazos de atunero.
Estamos bajo el palmeral de un cielo braseado que no sabe si alumbrar más o dejarnos por un rato la penumbra del frío. Es aquel mismo helor que soplaba en las Azores cuando el trío calavera decidió que nos íbamos de excursión bélica a Irak, y va para cuatro años. Aún no han reconocido que la sangría de allá abajo es una herencia innecesaria. Y con ese aval político no se puede andar la vida. No se pueden dar lecciones. Dicen que una de las manifestaciones más concurridas de las que se convocaron en Europa contra esa guerra ilegal fue la de aquí. Y es que hay veces que sí, que muchos estamos en la misma línea de indignación por una vez. Muchos de muchos sitios, de distintos frentes. Es lo bueno de este poblachón duro y ancho donde el amor fermenta como un aquelarre en las penúltimas plazas de la madrugada. Sólo callan los tibios y los mediocres.
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