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Las incongruencias en los hombres son, generalmente, un testimonio de su inmadurez (Ed Cole) |
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«Yo 'falo' mucho» |
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La ex novia de Leonardo di Caprio mostró un apabullante don de lenguas, incluido algún tropezón |
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JOSÉ MARIA ROBLES
Llegó Gisele (ojo: 1.900.000 entradas en Google) y a la noche definitivamente se le descuajaringó el termostato... A eso de las 20.36 horas se dejada ver por fin en un salón del Hotel Ritz la top entre las top, garota con sonrisa de jacaré manso: ceñidísimo y ligerito vestido negro, tan vaporoso que hacía poco menos que legible su perfil escultural (y es quedarse corto); espalda, brazos y hombros al aire; piernas/tobogán (todo con un tostado muy canario); mirada del Amazonas; pelo rubio en catarata, pendientes Audi, cero abalorios en cuello y muñecas, improbable anillo (el interés por un hipotético matrimonio saltó como una espoleta en el turno de preguntas) y, en fin, la mencionada y desarmante sonrisa. Todo lo que da de sí, que es mucho, la supermodelo más cotizada -y acaudalada, reza en el libro Guinness de los Récords- de la pasarela, 1,80 de altura, 92-61-89 de medidas y 37 y 1/2 de pie.
Dato nada fútil, por cierto. Ayer de lo que se trataba era de promocionar un nuevo modelo de chancla. Con una guarnición solidaria (el proyecto medioambiental Y Ikatu Xingú), pero spot al fin y al cabo. La aparición duró escasa media hora -la Bündchen consiguió zafarse de las cámaras, no sin problemas, a las 21.07 h.; eso sí, cobra 7.000 dólares por 60 minutos-, pero hubo tiempo para todo. Y fue así porque la ex del actor Leonardo di Caprio, prometida reciente de un quarterback de los New England Patriots -si es que al cierre de esta edición no ha roto por enésima vez-, también es una simpática veinteañera que contestó a (casi) todo con un destello a flor de labios y un apabullante don de lenguas.
¿O no fue tanto? Bueno, algún desliz hubo. Primero, y tras contestar a la pregunta que abrió la pertinente rueda, quien se presentaba en el anuncio/documental como una diosa euroasiática un par de cabezas más alta que la tribu india a la que rendía visita, noqueó a la concurrencia con un golpe de portuñol «Yo falo mucho» (risas malintencionadas). Y poco después, el segundo lapsus, de nuevo con trasfondo erótico-lingüístico, esta vez a raíz de una pregunta sobre el uso y disfrute del agua: «Algunos no tienen tanta lujuria [por lujo] como nosotros» (risas again). Se trabucó un par de veces más. Normal: la chica saltaba de un idioma a otro, cual liana, a velocidad supersónica, dicen que para no hacerse entender demasiado, a la manera de Antonio Ozores.
La misma agilidad felina exhibió en su repertorio de gestos. Gisele estuvo fronteriza con lo sensual durante todo el acto: unos deditos que apuntan por aquí, una ceja que se arquea por allá... Hasta se agarró una sandalia y le dio tres o cuatro vueltas sobre su eje, convertida ahora en aprendiz de Tip y Coll...
Pero como fuera que las flip flop no daban demasiado juego (ni en realidad interesaban a los allí presentes, representantes de la firma al margen), ahí estaba la traca final de flashes para sacarle algo más de jugo al invento. Paso adelante y de nuevo frente al batallón de objetivos: posturitas, amagos de caída, ovaciones... Pura Gisele.
Por cierto, fue entonces cuando el público pudo ver sus pies: llevaba unos tacones con sus buenos 25 centímetros...
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