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Las incongruencias en los hombres son, generalmente, un testimonio de su inmadurez (Ed Cole) |
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Día de la Poesía. / CURRO SEVILLA |
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Versos de supervivencia |
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El último bohemio de Madrid vende coplillas y dibujos junto al Museo del Prado |
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J. M. ROBLES
Hay rimas con alma de microondas y precio puesto a tiquetazo. Hay anaqueles de panza rota por novedades que ahora mismo ya son viejas. Hay una lonja de euforia reflotada donde la poesía se subasta al por menor. Y luego están los versos de supervivencia, escritos con mercromina, un SOS de letras adelgazadas por la urgencia de la calle en el que palpita lo más genuino del arte de coser símbolos, de echar a rodar estrofas. En esa academia a cielo abierto, invisible al mundo editorial y casi al resto del personal, se licencia a sí mismo a diario Curro Sevilla. Tras la desaparición de Perico Beltrán, quizás sea el último bohemio de Madrid.
Alcarreño de nacimiento, gato por encima de la cincuentena, atiende junto al pedestal de la estatua de Velázquez, en la que volverá a ser puerta principal del Museo del Prado. Metáfora, por tanto, de una transformación inaplazable, su perfil se distingue fácilmente entre la marejada de guiris: pelo crespo con un vaguísimo aire a Enrique Morente, pupila tímida, ropa vaquera y una mano siempre a lo suyo, ora garabateando un dibujo, náufrago heroico sobre una balsa de rotus de colores, ora -y ya en contadas ocasiones- sacándole filo a una imagen. Ambas habilidades las conjuga en la revista Esmeralda, una hoja volandera que dirige, redacta, ilustra y vende «a la voluntad», como toda su mercancía.
«Empecé a escribir hace 25 años. He publicado más de 20 libros de poesía (prácticamente todos autoeditados), he organizado 500 tertulias literarias y he hecho canciones para Paco Ortega, Los Del Río, María José Santiago, Isabel Montero, María Vargas, entre otros artistas». Nunca ha gozado de ayuda institucional. Ni siquiera tiene casa propia. «Vivo de alquiler en una habitación. Estoy buscando algo estable, pero es muy difícil por los precios...», se lamenta. Hoy admite conformarse con vigilar la salud. «He sufrido dos infartos por la hostilidad y la injusticia con que me han tratado». «El tiempo te desmoraliza», añade.
Este admirador de «la plástica de Rafael de León, el ingenio de Zorrilla, la hondura de Machado y el realismo de Miguel Hernández», el mismo que llegó a comentar en una charla que «Lorca puede significar la madre que te parió y don Camilo [Cela] tu mismísimo padre», era un clásico por la zona del cuartel del Conde Duque. Por allí ofrecía hasta hace poco sus creaciones. Antes se había dejado ver por La Castellana, la Casa de Campo y poblaciones cercanas a la capital, como Toledo, El Escorial y Alcalá de Henares. De su itinerancia saca una conclusión firme: «En este país no se entiende al artista. Se ve a alguien por la calle vendiendo poesía y lo que menos se piensa es que se trate de un poeta. Siempre he sido una persona de apariencia joven, así que la gente me miraba con desconfianza. En esto sólo prospera quien inspira lástima». E invita a la reflexión: «Habría que ver cuántos mendigos se congregaban el otro día en la puerta de Jesús de Medinaceli... ¿Qué pensaría esa misma gente que da limosna si alguien se pusiese allí a vender poesía?». Aunque luego matiza: «En cierto sentido, la picaresca estranguló a la bohemia. Hay quienes, en lugar de dar forma a un poema, han estado pasando otros que no eran suyos».
Trovador a contracorriente, emérito de sus cosas -«hay días que saco 50 euros y otros nada»-, señala que, por el contrario, halla el apoyo suficiente para tirar hacia adelante en quienes llegan de fuera. «Ingleses, americanos, holandeses... Ellos sí que valoran el arte, y no los del mea culpa», entona. Por lo pronto, a ellos, al público extranjero, dirige sus tauromaquias con perfume de homenaje y sus Quijotes de corte naif. «Todavía puedo tener esperanza si encontrara un mecenas. Pero hay mucha desconfianza», otea el futuro, donde siempre hay molinos.
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