El presidente del Poder Legislativo, Jorge Cevallos, tomó juramento a los sustitutos a las 11.45 horas. Habían entrado dos horas antes en la sala de sesiones, en fila de a dos, como alumnos aplicados. Tomaron asiento en el ala izquierda, donde se instalan los grupos parlamentarios de ese espectro ideológico. El otro lado quedó desierto, sin sus ocupantes habituales. Con los nuevos y los 31 congresistas de la oposición, el Congreso reiniciaba su trabajo. Lo había interrumpido dos semanas antes el Tribunal Supremo Electoral (TSE), cuando expulsó a 57 parlamentarios de los 100 existentes, rompiendo el quórum.

«El país exigía que se instalara el Congreso para salvar la democracia», aseveró Cevallos. «La Historia sabrá juzgar si hice hoy lo que convenía al país». Cevallos justificó su decisión de instalar la sesión ordinaria, a pesar de pertenecer al Prian (partido contrario a que lo hiciera), apelando a su obligación de ajustarse a la ley y la Constitución.

Pero los mismos congresistas que estaban presentes, en entrevistas a este diario, admitieron que todos las instituciones, incluida la de ellos, han transgredido la Carta Magna, no sólo ahora, sino en los años pasados, y que aún hay fallos judiciales que pueden cambiar las cosas.

«Es un triunfo de la dignidad, del Estado de Derecho, de la democracia, del pueblo ecuatoriano», dijo a EL MUNDO el ministro de Gobierno, Gustavo Larrea, uno de los artífices de la restauración de la Cámara. «No tenemos aún mayoría en el Congreso. Esperamos una relación diáfana, de cara al país, para apoyar proyectos de beneficio nacional. No queremos un Congreso sometido».

Fuera del edificio, en el frente que da a la calle Diez de Agosto, bautizada en memoria de la fecha de la independencia, decenas de manifestantes armados de banderas y carteles gritaban su apoyo al Gobierno y el rechazo a los partidos tradicionales, pero esta vez de forma pacífica.

Las fuertes medidas de seguridad y la ausencia de los parlamentarios destituidos, que no acudieron temiendo sufrir agresiones físicas, como ocurrió hace 15 días, lograron devolver la calma al país.

El que sufrió la mayor derrota fue el Prian de Alvaro Noboa. Diez suplentes ocuparon el lugar de los titulares de su partido -que con 28 miembros es la mayor formación parlamentaria- a pesar de las presiones que ejerció para convencerlos de respetar la disciplina partidaria. Una vez más, al multimillonario bananero no le sirvieron de nada sus inagotables fondos.

El lunes por la noche, tanto él como su esposa, la diputada Anabella Azín, aparecieron en anuncios pagados de televisión, criticando al Gobierno y asegurando que los suyos no acudirían al Congreso. Desde Miami, la ciudad donde reside desde que perdiera las elecciones presidenciales, Noboa, además de lo anterior, propuso retroceder al punto de origen, es decir, dejar sin efecto tanto la destitución de los congresistas como la del presidente del TSE.

A pesar de sus esfuerzos, Gloria Gallardo, una de las cesadas del Prian, ya había advertido a EL MUNDO que no podrían controlar a sus huestes cuando el Gobierno les estaba ofreciendo gabelas y dinero. «Jamás puede funcionar un Congreso comprado», afirmó ayer muy enfadada. El ministro de Gobierno, Larrea, rechazó las acusaciones. «Es una calumnia de la oposición. Cuando se nos han acercado los suplentes a hablar, la única prebenda que les hemos ofrecido es la dignidad de servir al pueblo, al país».

A Lucio Gutiérrez tampoco le salieron bien las cosas. Al antiguo edificio del Banco de la República, que alberga la Cámara de forma provisional, entraron ocho representantes alternos de su Sociedad Patriótica (PSP), ignorando el mandato de su líder. Sin embargo, una fuente de su partido, que pidió preservar su nombre, aseguró que seis de los ocho están siguiendo las indicaciones oficiales del PSP. Según esa fuente, son una suerte de espías que destaparán dentro de unos días las maniobras de Rafael Correa para captarlos.

Si bien se había anunciado que los expulsados celebrarían una sesión paralela en un hotel de Quito o de Guayaquil, al final no lo hicieron. Cada partido organizó su propia reunión. «No hemos perdido la guerra, sólo una batalla. Ése, ahora, es un Congreso a la deriva», dijo a EL MUNDO Luis Almeida, congresista del PSP y hombre muy cercano al ex presidente Gutiérrez. «Nosotros también queremos que se normalice la situación política, pero sin que nos avasallen».

S. H-M.

Una vez superada la primera gran crisis política a dos meses de iniciar su gestión, el Gobierno piensa sólo en la consulta del próximo 15 de abril que dará paso a la Asamblea Constituyente, donde cifra todas sus esperanzas. Ya lo dijo ayer Fánder Falconí, secretario de Planificación del Gobierno: «Ahora en adelante el trabajo es formar una Constituyente que dé paso a los cambios profundos que necesita el país».

Pero analistas como Simón Pachano, de la prestigiosa Flacso, piensan que el Gobierno no puede cantar victoria tan rápido y que el nuevo proceso político que se abre puede despertar más frustraciones que alegrías. «Ahora Correa ha ganado por KO, han perdido los partidos políticos y el Congreso», afirma el analista. Pero aduce que si el presidente insiste en su actitud de rechazar todo diálogo con sus oponentes, puede terminar su Gobierno antes de tiempo, como tantos mandatarios del pasado. «Es necesario sacar una Constitución con el consenso de todas las fuerzas, si no, no durará mucho».

Para el analista socialdemócrata Antonio Rodríguez Vicens, lo ocurrido ayer es «un camino a la dictadura. Hemos consolidado un cambio atropellando las normas constitucionales. Correa ha logrado un apoyo a su afán de acumular poder».

Ecuador pasará los próximos 18 meses inmerso en la gestación de la nueva Constitución y un renovado Congreso, un tiempo que puede resultar excesivo para un pueblo agobiado por problemas que requieren soluciones inmediatas. Hasta cuatro veces en ese periodo serán llamados los ciudadanos a las urnas, lo que puede desgastar al Ejecutivo.

Correa y su Alianza País, que carece de representación parlamentaria, están haciendo campaña para obtener la mayoría en la Constituyente. Lo mismo que el ex coronel Lucio Gutiérrez. En todas sus intervenciones públicas recientes, más que hablar de la crisis, aprovecha los espacios para lanzar sus consignas electorales y desacreditar a Correa. «El presidente me critica porque sabe que le vamos a derrotar en la Constituyente», repite hasta el cansancio. Como militar que es, tras la derrota, piensa ya en la siguiente batalla.