El ulular de las sirenas antiaéreas irrumpió en Ramat Gan a las dos de la tarde. Desde hacía media hora decenas de ambulancias, coches de bomberos, sanitarios y policías lidiaban con un ataque químico contra el colegio Savión de Ramat Gan.
La acción había comenzado con la irrupción de dos milicianos armados con kalashnikovs que abatían al guardia que protegía la entrada del recinto escolar. Una vez dentro, uno de los activistas -identificado con la típica kefiya (pañuelo) palestina- detonaba una maleta cargada de explosivos químicos. Una espesa bruma amarilla se extendió por la cancha de baloncesto del habitáculo.
Pocos minutos después la escena se poblaba de enfermeros y bomberos embutidos en máscaras antigas y trajes al estilo astronauta que se esforzaban en evacuar a las víctimas del atentado. La escenificación pretendía ser tan real que hasta se preparó a un grupo de jóvenes que hacían las veces de periodistas que incordiaban a los agentes.
El presente simulacro era parte del ejercicio masivo que se inició ayer en Israel, el más grande de su género desde la creación del Estado, según las autoridades locales. El ensayo se extenderá durante 48 horas a 132 localidades del país, y en él participarán más de 6.000 policías y soldados.
Además del atentado de Ramat Gan, los israelíes asistirán a través de las imágenes que se difundirán en televisión a toda suerte de hipotéticos ataques con misiles y explosiones no convencionales en escenarios como Tel Aviv, Haifa, Beer Sheba o el aeropuerto Ben Gurion.
Parafernalia bélica
La representación forma parte de la rutina -«hacemos ejercicios como este cada dos años», señaló a la radio el general Abraham Bendavid- de una nación sometida a una avalancha de parafernalia bélica que parece integrada en su escenario cotidiano a tenor de la escasa sorpresa que demostraban los viandantes que pasaban por Ramat Gan.
«Este país es así, siempre estamos en guerra», asumía sin reparo alguno Tal Raquia, que observaba las evoluciones de sanitarios y uniformados junto a su hijo. La israelí de 31 años asume que es cuestión de tiempo que el país se implique en su enésimo conflicto armado e incluso se muestra preocupada porque su pequeño dice que no quiere ir al Ejército. «Pero cuando sea mayor seguro que irá», afirma.
Jóvenes, ancianos o mujeres. Todos coincidían en alabar la oportunidad de este ejercicio para que «estemos preparados antes de la próxima guerra», según manifestó Yafiq Sabag, de 36 años.
Tan sólo algunos como Imbal Hermesh, una madre de 27 años que paseaba con su vástago de 12 meses, aseguraba que era un simple acto de «paranoia» y una acción dirigida a «crear presión en la gente». O aquel fotógrafo israelí que se vio obligado a llamar a su abuela para advertirle de que las alarmas antiaéreas no eran reales. «Lo mismo me la matan del susto. Como no tenemos suficientes guerras pues ahora se inventan esto», dijo.
La exhibición de ayer refuerza un escenario en el que políticos y medios de comunicación exhíben a diario su convicción de que Israel participará en breve en una nueva guerra contra Irán, Siria, Hizbulá, o todos a la vez. El mismo nombre elegido para el simulacro de la jornada parece recoger ese espíritu: «Punto sin retorno», lo apodaron los responsables de la Defensa Civil.
Israel es quizá el único país del mundo en el que la ley exige que todos los nuevos edificios incorporen junto a la cocina o el cuarto de baño un flamante refugio antibombas. Para reforzar esta tradición, Tel Aviv anunció recientemente la construcción de un búnker monumental con capacidad para miles de personas en Jerusalén cuyo coste ascenderá a cientos de millones de euros.
Las propias compañías especializadas en la instalación de este tipo de habitáculos, firmas como Ahim Torati o Beth-El, reconocen que bajo la actual psicosis la demanda se ha disparado incluso cuando los precios de los mismos oscilan entre los 100.000 dólares para el modelo más simple y el medio millón para los que escogen personajes como Shari Arison, la mujer más rica de Israel. Los diarios locales indicaron que la empresaria se está construyendo dos refugios: uno en la residencia que ocupa en Tel Aviv y otro en el jardín de su domicilio de vacaciones, en la aldea de Bnei Zion.